El viaje
Germán miraba por la ventana del avión, pensativo. Al otro lado del vidrio la luz de un sol resplandeciente atravesaba un cielo despejado y se reflejaba en el agua. Era una vista hermosa desde cualquier punto de vista. Él siempre había disfrutado viajar, desde niño, cuando sus papás lo llevaban a Mar del Plata o a Villa Gesell.
Más incluso que la estancia y la playa disfrutaba ver como los paisajes cambiaban mientras iba en el auto de su papá. Al principio veía las calles de cemento y los edificios aglomerados pasar rápidamente, pero al cabo de unas horas el paisaje los dejaba atrás y se veía la libertad del campo. Veía a las vacas y a los chanchos pasar rápidamente y se divertía tratando de distinguir sus formas fugaces ante la velocidad del auto, como si fuera una especie de juego. Y luego de otro rato, a la distancia el azul del cielo se confundía con el azul del mar, anunciando que se acercaban a su destino.
Lo que a Germán le molestaba de esos viajes era que siempre ocurría algún incidente que interrumpía la tranquilidad del viaje. Varias veces el auto de su papá se descomponía y tenían que llamar a un remolque para no quedar varados en medio de la nada. Otras veces algún accidente en la ruta los hacía quedarse atrapados en el tráfico casi inmóviles durante horas, arruinando el juego de German de distinguir la escena afuera del auto. No lograba recordar ningún viaje que hubiera salido enteramente bien. Incluso aquella vez que viajó en avión a Córdoba a visitar unos parientes (su única vez viajando en avión aparte de esa), una densa tormenta arruinó el paisaje que podía verse por la ventana.
Pero ese día el viaje había sido perfecto. No había sido detenido por el tráfico, no había tenido que soportar ningún auto descomponiéndose; su avión había despegado en tiempo y forma con la claridad de un cielo despejado acompañándolo. Había sido el mejor viaje que había tenido, pero aún así Germán no pudo disfrutarlo. La borrosa imagen de algún barco pasaba por debajo del avión sin que él se molestara en intentar distinguir su figura. Su cabeza estaba apoyada en el marco de la ventana y sus ojos veían hacia afuera pero sin ver realmente, como si la tormenta que perturbó su primer viaje estuviera en su interior ahora y no le dejara ver la belleza del escenario frente a él.
Entonces ocurrió el fenómeno que de niño le gustaba tanto: el agua debajo suyo se convirtió en tierra y el paisaje cambió completamente. Pero el único cambio que esto produjo en él fue agitación. El avión finalmente había llegado a su destino. Una voz grave y autoritaria anunció el aterrizaje y ordenó a los pasajeros que formaran para descender. Germán se tragó su miedo, se puso su casco, se cargó su rifle y descendió junto con los demás. Era la primera vez que visitaba las Islas Malvinas, y si hubiera sabido que ese sería su último viaje, habría intentado disfrutarlo más.
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