mobile isologo
    buscar...

    El viaje de Caronte

    Aug 30, 2024

    73
    El viaje de Caronte
    Empieza a escribir gratis en quaderno

    Excedido por un sistema mucho más capitalista que el nuestro, después de haber sido brazo diestro por eternidades de un jefe avaro, el esbirro más claro del infierno decidió poner fin a su rutina.

     

    Recogió algunas monedas que había recibido como propinas, junto a ellas, y a todas sus mortecinas esperanzas, se plantó a transar con el que nadie transa, con el que no se cansa de ganar hasta en las barajas.

     

    “¡Pobre psicopompo que sin descanso trabaja! A sabiendas se conoce cuánto ansío la plenitud de tus conformidades, mas se rumorea que las deidades más ortodoxas fantasean con tus servicios.

     

    Que desde los inicios han querido intercambiar al negador rotundo por el infernal barquero, gracias a Él que yo he llegado primero, y preferí aquel remo antes que esas manidas llaves.

     

    Mas sin embargo, no quiero pecar -vaya oxímoron- de avaricia, bien supe yo que cuando el alma se envicia con libertades es mejor permitir que se cumplan, no dejaré entonces que se interrumpan tus intenciones de flaneur en aquel mundo moderno”.

     

    Y así, Caronte del infierno, tomó prestada una identidad que no le pertenecía, ignorando sus raíces y preponderando sus fantasías, fue a ser oteador en tierras desconocidas y selváticas.

     

    Por las clásicas coincidencias burocráticas que nos exceden a veces, desembarcó en un destino que se le parece a aquel del cual trataba escaparse, el Aqueronte y su cauce, mitológico escenario, parecían siameses junto al Rio de la plata y sus corsarios.

     

    Pisó tierra, piso barrio, en su clepsidra el horario invocaba a sus antiguos vecinos, creyó ver algunos conocidos, algún que otro pariente de Eurínomo que en lugar de huesos dejaba vasos vacíos.

     

    Una epifanía lo devolvió por un instante a la puerta del Tártaro, al momento que el bálsamo espiritual besó sus labios, aquella mesera de ojos claros dijo sin temor a equivocarse que su nombre era whisky con hielo.

     

    Aquel bar de San Telmo de aspecto bicéfalo, que seguramente fue poemario de los Hombres más Sensibles, tenía esa sensación imposible de pertenencia  pese a nunca antes haber concurrido.

     

    En pocos días había aprendido que ultramar en realidad se extiende desde la puerta de Gibraltar hasta su patio, que los años se miden en despedidas, y que la vida no tiene sentido si nada se había sentido.

     

    Conoció lo que eran los amigos, la sensación de estar vivo y de reír a carcajadas aunque ambas le parecieron lo mismo, experimento el narcisismo cuando a horcajadas suyo un cuerpo disfrutó aquella madrugada de gloria.

     

    O la ocasión en que dialogando con un profesor de historia, un cineasta, un brujo y un poeta, mientras el humo del lugar los hacia forzar la vista, se metieron dentro de un cuadro renacentista cuando cruzaron detrás de esa persiana baja.

     

    Allí conoció a Tatiana, mujer tan blanca, radiante y galana cómo el mismo reino de los enemigos, mas cuando se quitaba el abrigo y lucía su oscura mortaja, ahí es donde Caronte se sentía en ventaja, dónde encajaban perfectamente su amada con su innegable pasado.

     

    Lo numinoso despertado dentro de un ser antes vacío de ánimas, la penetrante y pálida presencia de una mujer condescendiendo en un romance, ponían a su alcance un abanico de impensables desenlaces.

     

    Para el que en el balance de la vida solo conoce el infierno, para el que padeció solo lo eterno de las penumbras, a ese el alma se le acostumbra al sufrimiento, y termina siendo la tragedia más grande haber vibrado en un Nirvana y luego estrellarse contra Tatiana y su desenamoramiento.

     

    Fue en la mañana de otoño de aquel jueves infame cuando ella se perdió entre la niebla, preguntó en las tinieblas, recorrió el sur, las calles porteñas mas nadie la había visto, hasta al mismísimo Cristo indagó pero fue en vano, recibió indiferencia, quizás esa fue la experiencia en que más humano se había sentido.

     

    Hoy, que han pasado tantos años y Caronte vaga tristemente entre el Aqueronte y San Telmo, en alguna esquina de Perú al 800 corre el mito urbano entre los vecinos, de que han visto a un súcubo blanco, radiante y galán de la mano con el diablo riendo por los caminos, la lanza de Longinos, nuestro inquebrantable destino, es igual de mortífera para todos.

     

     

     

    Nicolas Sauco

    Comentarios

    No hay comentarios todavía, sé el primero!

    Debes iniciar sesión para comentar

    Iniciar sesión