la esponjosa pluma blanca flotaba por el aire nocturno de verano que olía a líquenes y calidez. se encaminaba danzante y dejaba una blanquecina estela flotante a su paso. no se imaginaba en ese momento que iría a estar acompañada de un visitante. al otro lado de la laguna un bailarín diente de león se acercaba escoltado por una sutil brisa sureña.
allí ante la cruz del sur se desplegaba una orquesta de madrugada, armonía para un vals. el sonido de los grillos lagunares hacía eco en las rocas y en el follaje de los coihues algunas lechuzas musicalizaban la fiesta. juncales y hojas de lenga desprendidas se colocaban paulatinamente sobre el agua, generando una fina película a la espera de lo que vendría. las gotas de rocío sobre los verdosos helechos, junto a las burbujas desprendidas de las bocas de los peces, conformaban el más perfecto trabajo decorativo para la velada.
toda una escena digna de la escrupulosidad de la luna. vestida en su fulgor, espejaba su belleza en la laguna, y esperaba iluminando la totalidad de ella. la esponjosa pluma blanca y el bailarín diente de león se encontraron en el centro del espejo de agua. la luna observaba expectante el evento. allí, tan solo ocurrió la inucitada coreografía de dos elementos blancos, blanquísimos, perdidos en la inmensidad de un sueño, encontrados para bailar un vals.
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