Este lugar es un infierno,
la oscuridad me lame la piel cada vez que cierro los ojos,
como una lengua áspera y sin compasión.
Nunca hay calma, siempre algo acecha:
un susurro que se arrastra por las esquinas de mi mente,
algo que se desliza por las grietas,
algo que no sé callar.
Un demonio me respira al oído,
su voz barata, su aliento pegajoso,
mentiras que se hunden en mi pecho
como anzuelos invisibles,
arrancándome pedazos de adentro hacia afuera,
como si mi carne fuera de arena.
Tú, en cambio, hueles a cielo,
pero el cielo nunca me abraza,
no me consuela.
Solo quiero huir,
dejar atrás esta niebla densa que me pesa en los hombros,
desvanecerme como espuma bajo las olas,
como si nunca hubiera existido.
Eres la paz que siempre se me negó,
el amor que no me alcanzó,
pero el vacío es más real que tu voz.
Te veo, tan lejos,
tan inalcanzable como una estrella
que se desdibuja en el reflejo del agua.
Y aunque me dueles,
mi corazón te rechaza.
No puedo pelear contra lo que soy.
Por eso, recuerda:
solo somos amigos,
porque el amor no tiene cabida en este abismo.
Aquí, donde el dolor lo consume todo,
donde las olas han arrastrado lo que fui
y lo que no tengo,
no puedo ofrecerlo.
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