Tu mirada que me abría el vértigo del alma,
de la necedad de abrirme con cualquiera.
Para ti era fácil abrir esas puertas.
Las luces peregrinas de la noche,
que celaban mi tacto pues solo tocaban tu rostro,
y se iban, mientras yo podía quedarme toda la vida
Tu mirada cálida,
que sacude con furiosa suavidad las puertas del cielo
y derrite en silencio los deseos.
Deseos de ti.
Creo que estoy tan acostumbrado a ti
que incluso el aire que ocupa el espacio de tu ausencia,
tiene una nostalgia viva de lo que ha sido el misterio
de no volver a vernos.
Y sueño con todos los momentos que hicimos nuestros,
sueño con la promesa de fidelidad
que le hace el río a la piedra,
antes de tocar la arena.
Sueño con la sinergia de la luna en el charco de lluvia y
en tu talento natural
de recoger los reflejos de todas las superficies en tu rostro y decorarte de ellos.
Sueño con la imperceptible impaciencia que tengo al no verte,
al no soñarte completa,
al soñarte a trozos,
soñarte en recuerdos,
soñarte y saber
que estoy soñando un pasado.
Que estoy soñando la quimera de letras
Soñando la primer hija de la poesía
Soñando la soledad canónica de los fantamas
Estoy soñando la incertidumbre de los caminos,
el sendero menos transitado,
el lugar más lejano
entre mi sombra y tus huellas.
Sueño justo con el lugar exacto
donde nuestras sombras estaban infinitesimalmente cercanas,
antes de que llegara el beso.
Soñarte los ojos,
que se enamoraron infinitamente de mis letras
hasta que se encapricharon de alguien más.
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