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El último suspiro

Sep 15, 2025

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El último suspiro
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El piso está helado, pero se siente tibio donde la sangre aún brota y lo cubre. Justo ahí, donde la bayoneta atravesó la carne. No me puedo mover, aunque no siento nada. Solo frío y la vida que se escapa del cuerpo.

Fueron cuarenta minutos y todo terminó. El cielo se tornó oscuro y se salpicó de estrellas. Era irónico ver tanta belleza sobre mí, cuando alrededor solo había muerte. Ya no se oían los gritos de los hombres ni el estruendo de los cañones ni el sonido de las gaitas. Todo se volvió silencio. Todo está muerto. Yo también, casi.

Solo repetí sus palabras en mi memoria: "será una masacre, Andrew. Mejor huyamos a Francia". Obstinada mujer, siempre contradiciéndome. Debí azotarla por desobedecer. Pero jamás pude, menos frente a nuestros hijos. Eran sus ojos azul profundo —como el océano— que me hacían desistir de cualquier cosa. Su mirada escondía tanto amor y súplica detrás de sus reclamos, su enojo, su carácter. No importaba cuán enojada estuviera, ella siempre me miraba con amor.

Estábamos famélicos, cansados y las posibilidades eran nulas. Pero estábamos ahí siguiendo nuestras convicciones. El dinero de Francia nunca llegó. Íbamos a luchar "con lo puesto". Por eso los casacas rojas nos superaron en muchas formas. Pero en valentía no. Eso jamás. Somos hombres de las tierras altas.

A él lo vi escapar. Aunque haya creído que nadie lo hizo, yo sí pude verlo galopar con sentido a Skye. Príncipe cobarde. Por él se derramó tanta sangre, incluso la mía que se escurre desde mi interior. Huir no era opción para mí. Fui, soy y moriré como soldado jacobita. Lucharé por la rosa.

Le prometí que volvería y estoy a punto de romper mi promesa. Nos juramos amor eterno. Quizás ella vuelva a buscarme algún día, con otro pelo, otra ropa, otro acento; pero con los mismos ojos y arrogancia.

Recostado en el páramo, siento la tierra entre mis uñas y lentamente la agonía. Aún no me voy, puedo oír algún sollozo a lo lejos, detrás del zumbido en mis oídos. Ella tenía razón, fue una masacre ¿Qué le espera a nuestro pueblo a partir de ahora? Yo solo espero que ella haya huido con los niños; que por primera vez me haya hecho caso a lo que le dije antes de partir.

Me vestí con el kilt, la camisa y colgué el sporran de mi cintura. Pero uso calzado cómodo para la visita guiada de hoy. El contingente llegó desde Sudamérica. Llegaron a Inverness para conocer nuestras costumbres, la historia y los edificios que nos rodean. Sobre todo, vienen a ver el páramo.

Me recogí el pelo con un rodete, sorbí apenas el café y me fui. Yo no soy soldado, pero usar la ropa típica es costumbre. Nuestro sello. También suele llamar mucho la atención.

Comenzamos el recorrido en el Castillo Hurqhart, a orillas del Lago Ness. Era una mañana preciosa, algo fresca, pero el sol nos acompañó desde lo alto. Los visitantes hicieron las mismas preguntas que todos "¿hay un monstruo en el lago?" Y yo respondí, como cada vez, que solo son leyendas urbanas. Las personas reían y se tomaban fotos graciosas. No miraban la historia alrededor como nosotros lo hacíamos. Incluso observaban el lago buscando al monstruo, era gracioso. Sólo una mujer prestó atención a cada palabra mía. Ella permaneció callada durante todo el recorrido, observó y tomó fotos de cosas muy significantes. Cuando Joe llegó con su traje típico y comenzó a hacer sonar la gaita —era su trabajo mostrar esa parte tan nuestra— las personas sonrieron, algunas bailaron y casi todas tomaron fotos.

Para la hora del almuerzo, llegamos al páramo y comencé a contar esa historia tan dolorosa, pero significativa. Era la bisagra de nuestra historia, un antes y un después.

“Este lugar que vemos, no es sólo un campo abierto. Es la parte más importante de la historia de nuestro pueblo. Aquí, en este lugar, se libró la batalla más sangrienta y cruel. Culloden Moore es un lugar de memoria, respeto y conmemoración. La vida de más de dos mil hombres quedó aquí. Nuestros ancestros lucharon contra el ejército inglés, allá por 1746, en pos de restaurar el trono a los Estuardo. Esta derrota fue el fin del estilo de vida en las tierras altas. Se prohibió el uso del kilt, las gaitas y el gaélico. Los que vivieron, fueron ejecutados, apresados, obligados a huir o hasta reducidos a la esclavitud. Hoy son recordados y homenajeados como grandes héroes. Poco a poco, fuimos recuperando nuestra identidad, nuestras costumbres. Pero no nuestra libertad del dominio inglés”.

Luego de contar la historia a los turistas, les di unos minutos para que cada uno recorriera y tomara fotos. Fui muy claro en pedirles que lo hicieran con respeto. Observé que la mujer que había llamado mi atención desde el principio, se alejaba de los demás. En un momento, se arrodilló en medio del campo y allí permaneció. Decidí acercarme con curiosidad para saber si se encontraba bien. Ella le daba la espalda al sol y su cabello se tornó rojizo con el brillo. Noté que estaba llorando, entonces me agaché para hablarle. Cuando levantó la mirada…

—¿Estás bien? —pregunté y asintió— ¿por qué lloras?

—Por nada. Estoy bien.

Se puso de pie y caminó de vuelta hacia donde estaban los demás. Miré el suelo y noté que había dejado una pequeña flor silvestre sobre una especie de roca. Era como una mancha ferrosa sobre la tierra oscura. Jamás la había visto antes. En ese momento, sentí un dolor punzante y agudo sobre mi costado izquierdo. Era un dolor que pareció atravesarme desde el abdomen hasta la espalda. Insoportable, incluso para respirar. Sentí perder el aliento. Me puse de pie como pude y traté de respirar de manera lenta y pausada hasta que el dolor se calmó un poco. Caminé lentamente hasta donde se encontraban los turistas para poder terminar el recorrido.

Había sido un día largo y extraño a la vez. Cuando llegué a casa, esa noche, soñé con aquellos ojos, y este dolor volví a sentirlo una y otra vez en cada visita al páramo. Nunca más se fue. Aún no entiendo por qué.

Recuerdo sus ojos por última vez. El cielo se tornó completamente negro. Ya no quedan estrellas por mirar. Es el último suspiro de aire helado que abandona mi ser, para convertirse en vaho que se eleva hasta desaparecer, aquí, en el páramo.

Camila Foresi

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