La siento arañar mis huesos,
tejerme espinas bajo la piel,
reclamar con dientes que soy suyo.
Es un susurro sin rostro
que grita en el eco de mi sangre.
Camina en círculos dentro de mí,
pisotea los restos de mi veneración,
arranca pétalos de flores que nunca florecieron.
Es un espectro sin nombre,
pero siempre, siempre está en mí.
Culpa, culpa, culpa.
La bendita culpa me ata,
me empuja, me llama, me pierde.
Es la sombra que baila en el rabo del ojo,
la lluvia que nunca cesa en mi mente.
Culpa, culpa, culpa.
Es un enigma, un pacto demoníaco,
un laberinto hacia el toro hambriento.
Como su esclavo profono
me lleva al abismo y me pregunta:
«¿Quién eras antes de mí?»
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