El Timbre

Sentada en el edificio de al lado me reto a mi misma internamente por haber vuelto a llegar temprano. Siempre salgo antes de lo debido por el miedo a llegar tarde y siempre termino acá, en el edificio de al lado, esperando que se hagan las 15:00. Prendo el celular que dice grande en letra rosa 14:58. Solo dos minutos más temprano, mucho mejor que los usuales 15. Las manos me transpiran a causa de venir sosteniendo por unas cuadras una caja de cartón que contiene las papas fritas que me compré para hacer tiempo. Siento que se me van a caer al piso de lo resbaladizos que están mis dedos, húmedos, calientes, casi inexistentes. Aun así logro con ellos tomar dos papas y me las llevo a la boca. Con el primer mordisco la sal excesiva se va disolviendo en mi lengua, escucho el sonido perfecto de la parte exterior crujiendo contra mis dientes, la parte de adentro de la papa deshaciendose al mismo tiempo. Mientras mastico sonrió como una niña, me está llegando esa sensación, la necesidad de otra más, y otra, y otra. Quiero terminar rápido asi puedo ir a buscar otra papa, pero cuando los trozos empiezan a bajar por mi garganta y apenas estoy empezando a hacer que mis dedos trabajen de nuevo para agarrar otra del cartón, soy sorprendida por un ardor insoportable, que había esperado hasta este momento para mostrarse. Se me quema la garganta y me apuro para tragar la papa dolorosamente y terminar con el dolor que me recorre desde la lengua hacia el pecho, como si estuviera comiendo fuego. Empiezo a toser pero sigue ahí, ardiendo, lastimando. Me apoyo en la pared por estabilidad y cuando toma contacto con el sudor de mi espalda, el intenso calor veraniego combinado con el aceite caliente y de sabor asqueroso me hacen pensar que no fue una buena idea comprarme estas papas. Cuando por fin logro tragar, con restos de ese calor todavía punzante en mi garganta, miro la hora y me levanto a tocar el timbre.