El aroma a tostado se esparcía por doquier inundando mi vida, llamándome a despertar la mente y soñar con el pasado. El solo seguía durmiendo y la luna se ocultaba entre las nubes.
Arrastraban los pies aquellos años acumulados en la esperanza perdida de seguir soñando. Los cabellos blancos ya no tenían nombre, ocultaba el rostro de la juventud perdida y la experiencia ganada.
Los ojos agotados siempre buscan descansar; la mirada en las palabras impresas se desvanecía con el transcurrir del tiempo intentando forzar el oído en las imágenes sin color.
La voz lenta y apacible se escondía en el café, en el silencio justo del amanecer. Las aves daban los buenos días y un nuevo instante llegaba. El tiempo se acortaba y los colores se marchitaban.
Los recuerdos se esfumaban y la memoria se secaba. La mirada en los horizontes se atenuaba y la quietud del cuerpo se apoderaba... Seguro la Parca vendrá cuando le llames.
Un abrigo te acompaña en tu viejo andar, calentando tus desgastados huesos, tus extintos músculos y temblorosos dedos. Ni el café tenía sabor, ni el mando aquel dulsor. Ya ni la miel endulzaba tu humor. ¿Dónde lo guardaste? ¿Por qué lo escondite?
¿Qué fue de cada momento que entregabas con amor? Cuando sonreían tus palabras de sabiduría. ¿Qué fue de ti que solo quedó una cruz en el pasto seco y olvidado?
Alejandro Barrios
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