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El sonido de las cosas después de ti.

Jun 29, 2025

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El sonido de las cosas después de ti.
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Desde que me miraste, todo lo que toco suena distinto.

No fue una epifanía ruidosa ni un rayo entre cejas, sino una grieta silenciosa en el tejido de lo habitual. Una taza, una hoja, una moneda. Todo empezó a hablar en otra lengua. Los objetos, que antes eran eso: objetos, comenzaron a tener una resonancia secreta, como si de pronto tuvieran memoria o destino. Un roce bastaba para que dijeran algo. Y lo que decían era siempre lo mismo: tú.

Después entendí que no eras tú, o al menos no del modo en que uno cree que alguien es alguien. Eras más bien un temblor que quedó vibrando en el mundo después de esa mirada tuya que no supo irse a tiempo. Como si me hubieras afinado el alma con la delicadeza de quien afina un instrumento antiguo, uno que no se deja tocar por cualquiera.

El sonido del mundo cambió. El agua al caer ya no es solo agua: es una frase inconclusa. El timbre de las puertas se parece al primer segundo de tu voz. El viento en la ropa tendida susurra sílabas que no entiendo, pero que me buscan.

Y lo más extraño: me volví intérprete de lo invisible. Camino con cuidado, escuchando los ruidos del día como si fueran notas escritas para mí. Vivo atento, como un músico ciego, reconociendo la forma de las cosas a través del sonido que hacen al rozarme.

A veces creo que nunca hubo una mirada. Que fui yo quien la inventó para explicarme este cambio. Como si el mundo, en un gesto inexplicable, hubiera decidido por fin prestarme atención. Como si por un segundo yo le importara al universo y él, en respuesta, decidiera afinarse en mí.

Y entonces llego a esta última idea, la que me deja quieto en mitad de la noche: que todo esto no fue escrito para nadie. No hay tú, no hay nombre, no hay rostro. Que esta historia no se dirige a una persona, sino a una vibración. Que no hablo contigo, ni de ti, ni para ti.

Esto, todo esto, lo escribo para el amor mismo.

Sin carne, sin presencia, sin promesas.

Lo escribo al aire.

Porque a veces, el amor no necesita destinatario.

Solo necesita sonar.

Nicolás

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