Siempre vos enredado en mis horas,
antes tu pelo enredado en mis clichés.
En nuestro sutil cuento de hadas
construimos todo con papel maché.
Nosotros fuimos Creadores
si lo pensás bien.
Por estas zonas también vi
que pronostican muchos ciclones,
a veces incluso huracanes.
Ves que del llanto de los Dioses
hacemos Nosotros un festín.
Sabés que a los nubarrones
hay que permitirles estar
bailarles el vals que piden, dejarlos ir.
Después aflojarnos los hombros,
tomarnos de la mano,
corrernos por ahí.
Paraguas nunca más.
Que llueva cuanto quiera.
No tiene precio el sonido
de la Tierra cuando me amás.
Besás mi fiebre,
abrazás mi casa,
le das vueltas a mi casa,
te veo venir.
Cortás el pasto,
el verano te cansa,
traje jugo de naranja,
bebemos
el cielo, Cortázar.
Vos le tararerás al azúcar,
yo te escucho, limpio la loza.
Me movés como nadie más.
Tu voz es el silbido que no me canso de oír,
la panacea más eficaz.
La vida es tan agria
cuando naufragás en el desorden
de una cama mal hecha
y serpentinas sin colores.
La vida es tan dulce ahora,
tan dulce
si alguien te acompaña.
Perdón, permitime corregir:
si la armonía desafinada
de tu nombre acompaña
y le cantás a los yuyos del jardín.
¿Podés creer a dónde llegamos?
Ya hasta me brotaste los higos
que estaban a punto de morir.
Me estás tanto en los pensamientos que
–yo creo–
estoy aprendiendo contigo cómo es convivir.
¿Podés creerme?
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