Bajo la luz de una luna callada,
un joven soñador deja su alma bordada.
De piel tan blanca como el mármol frío,
y una voz dulce como el murmullo del río.
Sus dedos bailan sobre el piano en calma,
tejiendo historias que brotan del alma.
Cada nota, un suspiro de mundos lejanos,
de sueños que cruzan océanos humanos.
Estudia idiomas, decodifica estrellas,
en cada palabra encuentra las huellas
de culturas que esperan su suave mirada,
de voces que llaman desde la alborada.
Pero no vive del todo en esta esfera,
su mente se eleva, vuela ligera.
Habita un lugar donde no hay fronteras,
donde la música y los sueños son banderas.
Y así, cada noche, entre teclas y versos,
el joven transforma lo simple en diverso.
Un soñador, con un corazón tan vasto,
que en cada acorde
vive su arte y su pasto.
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