Aunque sea un par de veces en nuestras vidas hemos practicado el desligarnos de algo, o alguien. No le creo a quien me diga que nunca se ha visto obligado, por su moral o por sus sentimientos, a despegarse de su talón de aquiles.
En éste caso, nosotros normalizamos tanto ese punto debil que pasamos desapercibido el daño que genera.
Todos nos acostumbramos a algo, y es precisamente porque en algún punto nos hizo bien. En algun punto...
Pienso que la costumbre llega a ser un veneno que tarde o temprano contamina nuestro sistema.
Desgraciadamente, es un veneno que nuestro paladar le agarra gusto.
La costumbe mata la cordura.
Sin darnos cuenta nos acostumbramos al daño, daño que no se ve instantáneamente, sino a su tiempo; al igual que esa gota contínua que hasta a la piedra le llega a dejar cicatriz.
Vemos a una gota tan insignificante delante de una piedra, pero si esta es contínua, bien sabemos que con el tiempo hace erosión.
Le echo la culpa a que somos humanos, pero llega un punto donde agradezco serlo. Porque si no fuera por mis sentimientos de humano, no hubiese notado todo lo que hizo esa gota.
Agradezco no ser una piedra, sin sentimiento alguno; que no puede moverse ni darse cuenta de su cicatriz hasta que ésta la termina destruyendo por completo.
Nosotros sí podemos movernos, quitar o despegarnos. Quizás tardemos en hacerlo, pero la tardanza no significa que el proceso no se vaya a cumplir.
Bien, somos humanos, cuando algo nos "hace bien" la cordura se nubla, y es satisfactorio lo que causa en el momento, o cuántas veces se repita. Pero llega un punto donde notamos que solo son momentos efímeros, que se van con el placer o la comodidad y llega el golpe de realidad.
Bendito golpe de realidad.
Y es amargo, porque duró tanto tiempo añejandose que asi terminó siendo su naturaleza. Añeja, agria y sin más. Cuando notamos que es amargo no podemos tapar el sol con un dedo.
Lo que si podemos, es tomar agua. Ya veras como lo que fue amargo se va disolviendo. Y con la disolución viene la desilusión, la desilusión de darnos cuenta que, por más pequeña que fuese, la gota si dejó cicatriz.
Solo queda agradecer que nos dimos cuenta a tiempo, antes de que la gota nos destruyera por completo.
Y solo fue eso, un sabor amargo.
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