de repente,
la bocanada de aire se vuelve gas tóxico.
quema por dentro,
te pide vómito,
vómito literal.
huir, correr,
pero hoy llevás los zapatos equivocados.
no hay motivos para irse
ni razones para morirse,
ni para desaparecer
una última vez,
una última noche.
pero todo se presta
y se presenta:
una nube espesa
de la que nadie puede bajarte.
la nube de la idealización.
solo la flecha de la decepción
puede derribarte.
demasiado en un minuto,
todo corre frente a tus ojos
como un tren en dirección contraria.
tu mirada lo sigue,
se pierde,
se marea,
y cae.
muere.
lágrimas de sangre,
sangre negra y espesa
que se queda en tus manos,
que no se desvanece,
como la mancha de la indignación.
el agujero de la soledad.
quiero escupir,
en tu tumba
o más profundo.
por eso iría a visitarte,
por eso y nada más.
porque tu presencia me desespera
y no me libera.
siento lo rojo de tu presencia,
cómo quema tu mirada,
cómo hace erupción tu mente.
tus manos tiemblan.
te veo y solo quiero llorar,
por todo, por nada,
por algo que nunca llegó a ser.
duele
como la espina que perfora el corazón
del último ruiseñor
cantando la canción de amor más dulce.
y sangre, ahora roja, brota,
cascadas para una rosa
que termina en el piso.
“¿qué hago?”, te pregunto.
“podés desaparecer si te sirve”, respondés.
y es lo mismo que vos hacés:
desaparecer cada vez que te necesito.
no puedo más.
quiero gritar,
irme de acá.
yo te puedo atrapar
y luego dejarte volar
con plumas doradas
en tus alas.
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