No prometo devolver.
Y sin embargo,
cada noche le crece un tallo nuevo
al sommier.
Un romero en el umbral,
quemado en papel de carta,
ceniza tibia sobre el aliento
que nunca llegó.
Prometo no llamar.
Prometo no estar ni pertenecer.
Pero hay un nombre escrito con tierra
en el reverso de mis párpados,
y cuando cierro los ojos,
la hoja en blanco llama al deseo
y el deseo a tu puerta.
Otra vez.
Romero
¿Sos el fruto o sos el lugar
donde la planta alguna vez fue sembrada?
Entre las grietas del azulejo
brotaste —verde—,
como si mi casa te recordara
mejor que yo.
Te ofrecí una raíz
y dejaste una fiebre.
Afuera, todo florece.
Adentro,
me arden los muebles.
Hay promesas que se cumplen
como maldiciones.
Y yo te había dicho
que no prometía devolver.
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