Argentina contra Países Bajos fue un mano a mano que siempre provocó tensión dentro de la cancha. Fueron seis los partidos que enfrentaron estos dos equipos por la Copa del Mundo, entre ellos se destacan la final de Argentina en 1978, nuestra primera copa; la semifinal de Brasil 2014, donde recordamos al Chiqui Romero convertido en héroe; y Qatar 2022, un mano a mano que nos regaló una frase histórica de Messi “¿Qué mirás bobo? Andá pa ́ allá”, además de ser el mimso año en que nos consagramos campeones, también recordando la valentía y el coraje argentino dentro de la cancha. Dentro de los tantos partidos entre estas dos selecciones, hay un amistoso del que poco se habla y cabe destacar.
El fútbol no sólo nos convoca por la pasión sino también por los mensajes transmitidos a través del deporte.
La primera Copa Argentina, 1978, mientras se escuchaban los gritos efusivos del primer gol, se tapaba el grito desesperante de una mujer que no sabe dónde está su hijo. La junta militar no perdió tiempo para preparar a la Argentina como anfitrión del mundo: la ciudad pasó a cambiar su fachada a través de la pintura, para cubrir los mensajes de protestas en torno a los desaparecidos.
Y para que no quedarán dudas, un año más tarde en el Mundial Juvenil del '79 el ministro del Interior se encargó de repartir calcomanías con el nuevo slogan: “Los argentinos somos derechos y humanos”.
Pero los argentinos somos mucho más que un calcomanías de falacias.
En ese marco de lucha y resistencia, cabe recordar aquel amistoso jugado contra los holandeses en Suiza 1979, en la oscuridad de la dictadura argentina, donde la importancia de este partido no radicó en su resultado sino en su mensaje.
Un grupo de militantes exiliados en Suiza se organizó para dar visibilidad internacional al terrorismo de Estado en Argentina. Entraron siete mantas al estadio de Berna, enrolladas con los colores celeste y blanco. Lo que parecían siete banderas, en realidad eran sílabas: VI-DE-LA-AS-ES-IN-O. El primer paso era pasar sin llamar la atención de los policías. El segundo paso era ubicarse de forma estratégica para que las cámaras se vean obligadas a mostrar la leyenda.
“(...) Nos ubicamos ladito de un arco en primera fila. Claro que íbamos a molestar la vista a los espectadores detrás. Para evitar roces hicimos 5 mil octavillas, explicando que no estábamos contra el fútbol ni contra el equipo argentino, sino contra la Dictadura militar de Videla”, contó Sergio Ferrari (Ramón el Suizo), periodista asentado en Europa.
Los colores de las pancartas atraían a la hinchada argentina a ubicarse en esa zona del estadio. Las octavillas (panfletos) comenzaron a circular, lo que generó un clima de aceptación entre los latinoamericanos y europeos espectadores del partido, dando lugar a levantar la consigna.
Los minutos del partido comenzaron a correr. A medida que los jugadores albicelestes tomaban la delantera, Ramón el Suizo se preparaba para dar la indicación de levantar sus carteles. Así como la pelota entraba al arco, la leyenda de “VIDELA ASESINO” entraba en plano internacional.
No pasaron más de veinte minutos para que la embajada argentina en Suiza tomara medidas. La policía comenzó a tirar gases lacrimógenos y se llevó una de las primeras mantas: VI.
Pero el fútbol aseguró la difusión al reclamo, y centenares de latinoamericanos bajaron para dar defensa. Mientras el estadio vibraba en eco con el grito de “VIDELA HIJO DE PUTA”, se asomó un cartel con el rostro de Videla al lado de la palabra “ASESINO”, dando continuidad al mensaje.
Uno de esos manifestantes que acompañó el partido histórico era Ángel Cappa, en ese entonces exiliado: “Fui a ver el partido porque tenía ganas de ver a Diego Maradona (...) Me consiguieron hospedaje en la casa de un compañero militante porque yo no tenía plata. Cuando llegué estaban haciendo esa bandera que desplegaron atrás del arco. Yo los acompañé y después me lo atribuyeron. Acompañé porque estaba viviendo con ellos, el mérito fue de ellos. La televisión argentina, como hacía siempre, la tapó con la gráfica de un anticipo de una actuación de Les Luthiers”. Porque mientras la cancha gritaba de forma desesperada contra aquellos que sembraban el país de muerte, la TV Argentina se encargaba de tapar el mensaje.
Encarnado ya el segundo tiempo, militantes argentinos tiraron su última bala de resistencia, una inmensa manta con la leyenda “MILITARES SON MISERIA Y REPRESIÓN”. La pelota recorría la cancha, los minutos del partido iban corriendo y un espíritu triunfante habitaba en la hinchada argentina, no por el resultado, sino en contra de los hechos de lesa humanidad. “El partido empatado se definió con tiros de penalti, el único momento que todxs gritamos ¡Viva Argentina!”, cerró Ramón el Suizo.
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