El reverso del amor

Amar no siempre es reconocer lo valioso, a veces es el acto mismo de amar lo que vuelve valioso aquello que miramos.

El amor otorga brillo, convierte lo común en singular, lo cotidiano en misterio.

Una risa cualquiera se vuelve himno, un gesto se transforma en signo, y hasta la espera se reviste de sentido.

Todo, bajo su luz, adquiere un espesor nuevo, una consistencia casi sagrada.

Lo real se vuelve etéreo, como si flotara un instante entre lo que es y lo que deseamos que sea.

Pero esa gracia no es eterna.

El amor es sostén y máscara, es cimiento y disfraz al mismo tiempo.

Cuando tambalea,el escenario entero tiembla con él.

La risa se apaga, el gesto se quiebra, y lo etéreo se disuelve en aire, recordándonos que quizás nunca fue más que aire desde el inicio.

Entonces todo se muestra en su desnudez: la piedra vuelve a ser piedra, el silencio, sólo silencio, y aquello que juramos eterno se revela tan frágil como un espejismo.

Cuando dejamos de mirar con ojos de amor,a veces vemos lo que siempre estuvo ahí.

Desde el sentimiento o la ceguera, nos esforzamos en autoengañarnos para habitar ese estado, pero la verdad, finalmente, se impone, y lo que fue creado por el corazón se muestra tal como es.

El amor crea mundos, sí, pero también los desmorona.

Y en su caída descubrimos que no siempre amábamos lo que era, sino lo que inventamos al nombrarlo amor.