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El resplandor que aprendió a pronunciarte.

Aug 24, 2025

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El resplandor que aprendió a pronunciarte.
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¿Recuerdas aquella noche en la cual me dijiste que, dentro de vos, se encendió un fuego?

Vuelvo a entrar en el fuego, y lo primero que siento es ese temblor tibio que me provoca pensarte. No sé si es calor o vértigo, sólo sé que cada chispa se parece a tu risa, que cada resplandor lleva algo de tu manera de habitar el mundo. Las llamas no me intimidan, al contrario: me atraen porque me devuelven la certeza de que tu voz también sabe incendiar silencios, de que tu presencia tiene esa dulzura misteriosa capaz de volver el dolor ternura. No es una hoguera lo que me llama, sino el deseo secreto de acercarme a tu luz, como quien se arriesga a un incendio sabiendo que en él encontrará la caricia más honda.

Inevitablemente, tu presencia trastoca las cosas simples: de pronto, una brasa basta para iluminar la noche si pienso en vos. Hay una manera tuya de volver distinto hasta el aire, de transformar cada respiro en melodía, de dejarme quieto y, al mismo tiempo, encendido. Y yo me descubro buscándote sin decirlo, como quien acerca la mano al fuego con la excusa de calentarse, aunque en verdad es la necesidad de tocarte lo que arde en mí. En el fondo, sé que no busco calor: busco la ternura de encontrarte entre las llamas, de sentir que en tu fulgor está el único refugio que quiero.

Del incendio que avanza hacia mí no me interesa el peligro, sino la promesa que oculta. Tu figura aparece en medio del resplandor como una revelación que no se explica en voz alta, y yo sigo sus contornos con la torpeza enamorada de quien no sabe si mirar demasiado de cerca o cerrar los ojos para no delatarse. Cada llama se vuelve la silueta de tu cuerpo, cada resplandor un latido tuyo que me invita a quedarme. Todo me conduce hacia vos, aunque finja que sólo observo el fuego. Pero en el fondo, sé que observo el milagro de que existas.

A veces creo que lo inevitable tiene tu nombre. Hay una claridad tuya que desarma, que suspira dulcemente y, al mismo tiempo, me sostiene como un abrazo que no termina. Es como si tus gestos fueran relámpagos tiernos: me atraviesan, me despojan, pero al final me dejan en pie, más humano, más tuyo. No necesito pronunciar grandes palabras, basta con este gesto de permanecer en la lumbre, de admitir en silencio que tu forma de estar me enloquece y me derrite. Aunque no lo diga de frente, sé que tu luz me desnuda y me vuelve a vestir con otra piel: la de quien ya no quiere escapar.

La certeza es tenue pero firme: me pierdo entre llamas porque allí es donde apareces, aunque nadie más lo note. Cada chispa me recuerda un detalle tuyo: la manera en que tu voz se alarga como si cuidara cada palabra, la pausa breve antes de tu risa, la nostalgia que se te esconde en la mirada. Cada destello parece repetirme que todo vale con tal de permanecer un instante en tu resplandor. Y entonces entiendo que no quiero huir, que la tibieza ya no me alcanza, que necesito quemarme en vos, aunque me deje marcado.

Insisto en acercarme, aunque disimule, aunque diga que sólo busco calor. En realidad, lo que busco es tu presencia, esa manera tuya de encender lo que toca, de transformar la penumbra en un espacio habitable. El fuego me ofrece una excusa, pero es tu fulgor lo que me llama, lo que me arrastra sin remedio. Y aunque pretenda guardar distancia, termino rendido a esa combustión tuya, a esa llama que me nombra en silencio y me vuelve suyo aun cuando cierro los ojos.

No temo a lo que pueda quedar después de ese incendio voraz. Las cenizas no me asustan si en ellas reconozco tu rastro, si en el humo encuentro la huella de tu nombre. Aunque todo se consuma, habrá valido la pena dejar que la noche se tiña de tu brillo, que el incendio me devore un poco, que el tiempo se vuelva llama para que vos aparezcas. Porque aún en la destrucción, me consuela saber que lo que arde no se extingue: es amor disfrazado de fuego.

Así, sin palabras grandilocuentes, sólo con este incendio suave, me dejo decir lo que no sé pronunciar de otra forma: me encantas. Y aunque lo diga a través de llamas y metáforas, vos sabés bien que en este fuego hay algo más que calor: está mi ternura insomne, mi deseo indomable, mi certeza de que, aun cuando todo alrededor se consuma, yo elegiría siempre volver a arder en vos.

Nicolás

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