Está sentada en el inodoro, pero con la tapa baja y la ropa interior puesta. No puede encorvarse más de lo que está, ambos codos sobre sus rodillas y le cuelga la cabeza.
Deja los ojos fijos en los azulejos que está pisando. Y se siente incapaz de alzar la vista, de toparse con el espejo otra vez.
De apartar los ojos un momento y que los pensamientos vuelvan a arremeter contra su ser.
Sea errante la perspectiva sobre las facciones de su rostro...
Lloraría si pudiera, del horror.
Nunca ha contemplado tanta desproporción,
aunque a menudo se preocupa por ella.
Y ahora todo luce tan chueco, especialmente su entereza.
Puede respirar, pero siente que los pulmones se le llenan de nada.
Puede decirse que nada es real, pero cómo hacerse caso.
La mente disfruta de hacerle daño, a ella, quien lidia con su humanidad.
Teme de su existencia y peor teme de no existir más,
el suplicio de no pensar en nada y verlo todo, todo con tanto pavor.
Vivir supone lamentar la vida misma, porque no hay forma alguna de llegar a la perfección.
Y le han mentido toda la vida, la han cargado de miedo y mucho dolor.
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