mobile isologo
buscar...

El Regreso Triunfal al Abismo de Siempre

El Regreso Triunfal al Abismo de Siempre
Empieza a escribir gratis en quaderno

Volví.

Después de tanto andar por calles llenas de luces falsas, de buscar entre los brazos ajenos un calor que siempre se me escapa entre los dedos, regresé. No fue un accidente ni una recaída… fue una elección. Dolorosamente consciente, deliciosamente autodestructiva. Lo sabía desde el primer paso, cada avance hacia la superficie era solo una excusa más elegante para preparar la caída.

Me gusta decir que fui yo quien volvió, aunque la verdad es que el abismo nunca se fue. Siempre ha estado ahí, como una sombra fiel, como esa enfermedad que mejora solo para engañarte y después arrastrarte con más fuerza. Pero esta vez no hubo pelea. No puse resistencia. Me abracé al vértigo como se abraza a un viejo amante que huele a ruina, pero te besa con la única verdad que conoces.

Y aquí estoy, otra vez. En este lugar sin nombre, sin forma, donde no hay reloj ni lógica ni promesas. Todo es oscuro, pero no de esa oscuridad que asusta… no. Esta es una oscuridad íntima, casi tierna, que me conoce mejor que yo mismo. Es el único sitio donde no tengo que fingir que estoy bien. Qué alivio tan perverso.

Volví a sentirlo todo. Cada punzada de angustia, cada latido que suena como una burla, cada suspiro que me recuerda que sigo vivo —aunque preferiría no estarlo—. Siento tanto que el cuerpo se vuelve una cárcel y la mente una tortura. Y al mismo tiempo, estoy vacío. Completamente hueco. Como una casa abandonada que todavía suena con el viento, pero ya no guarda historias. Qué curioso, tanto y tan poco al mismo tiempo. ¿No es eso la definición más honesta de lo que soy?

Algunos dirían que es tristeza. No. Esto va más allá. Esto es una especie de arte degenerado. Es belleza en estado de putrefacción. Una ópera silenciosa donde la melancolía baila desnuda sobre los restos de lo que alguna vez fui. Y yo, sentado, aplaudo con entusiasmo. Porque si hay algo que se me da bien, es convertirme en espectador de mi propia caída.

La ironía es tan jugosa que hasta me dan ganas de reír. ¡Qué gracioso es esto! Me pasé años queriendo sanar, coleccionando consejos, libros de autoayuda, sonrisas hipócritas, promesas de mejora. Me esforcé tanto por "salir adelante", como dicen. ¿Y para qué? Para terminar aquí, donde siempre pertenecí. No soy un error del sistema emocional. Soy una criatura hecha para la sombra, para la duda, para el desgarro. Las luces me queman los ojos y las palabras bonitas me dan arcadas.

No estoy triste, estoy lúcido. Y esa lucidez duele más que cualquier herida. Porque sé exactamente quién soy, y eso es lo que más me pesa.

Hay algo adictivo en la melancolía. Algo perversamente acogedor. Como si cada lágrima me limpiara un poco de la farsa. Como si cada pensamiento oscuro me hiciera más auténtico. Y no, no quiero que me salven. Que nadie venga con su compasión enlatada ni sus consejos reciclados. No quiero que me jalen hacia la luz. Esa luz es mentira. Allá todo es superficie. Aquí, en cambio, todo es real. Crudo. Punzante. Y por eso me quedo.

Sí, me quedo.

En este abismo que no necesita nombres.

En esta tristeza que me acaricia como madre enferma.

En este lugar donde lo que siento no tiene que explicarse, ni disfrazarse, ni curarse.

Volví.

Y no me arrepiento.

Porque en el fondo, yo soy el abismo.

Y por fin, lo acepté.

Helbert Roberto Alexander Aroch Rodas

Comentarios

No hay comentarios todavía, sé el primero!

Debes iniciar sesión para comentar

Iniciar sesión