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    Quisiera contarles algo que me ocurrió hace muchos años, más precisamente en mi ninez. Pero antes tengo que aclararles que aún no estoy seguro de que haya sido cierto lo que vi aquella noche.

    Todo sucedió durante una madrugada de invierno, tenía unos siete u ocho años, y estaba encerrado en mi cuarto temblando porque mi padre había llegado tarde a casa, alcoholizado, por lo que comenzó una discusión con mi madre. No era la primera vez que ocurría, de hecho era ya la quinta vez en la semana que llegaba a casa bajo ese estado.

    Recuerdo que haber escuchado los gritos aún después de taparme los oídos. Hasta que el silencio apareció como por arte de magia por diez segundos, aproximadamente. Me sorprendí, ya que sus peleas tendían a extenderse hasta por más de dos horas. Por lo que decidí acercarme cuidadosamente hasta el armario de mi cuarto que estaba cerrada, la abrí y me oculté dentro, con ambas manos cubriendome los ojos y la esperanza de que no me encontrasen.

    Siempre me causó terror la oscuridad, pero más temía que papá me encontrase. De todas formas, nunca fueron de prestarme mucha atención, es decir, hubiese sido extraño que se preocupasen por mí en medio de sus discusiones y fueran a buscarme al cuarto, ya que eso no era habitual. Pero el temor era excesivo, así que preferí no arriesgarme y evitar una posible golpiza.

    Ese armario era mi escondite secreto, mi refugio, y nunca nadie supe que me ocultaba siempre allí cuando la vida me golpeaba, ni tampoco tenia en mente contarselos. Allí dentro coleccionaba todo tipo de dibujos, desde corazones hasta retratos de mi familia posando para una foto, conmigo en medio: ésta última fue siempre mi preferida.

    He pasado incontables tardes jugando en mi cuarto sólo, ya que mis padres no me permitían salir de él cuando ellos se gritaban. Mamá decía que por mi seguridad nunca abandonara mi cuarto en medio de una pelea, y papá que no lo provoque. Por este motivo sólo salía al comedor cuando papá no estaba, aunque no siempre, porque en muchas ocasiones sorprendí a mamá con lágrimas en los ojos, sentada frente a la mesa en la que apoyaba sus codos, y con las palmas de las manos juntas como si estuviera orando antes de comer.
    Era pequeño, no comprendía qué estaba pasando, así que siempre le preguntaba cómo estaba y no más que eso. Ella se limitaba a limpiarse la cara y sonreirme mucho como si no hubiese estado sufriendo. Siempre que pasaba esto yo regresaba a mi cuarto, el único lugar de la casa en el que me sentía bien.

    Y una de las mejores tardes de mi vida fue un dia en el que mamá entró a mi cuarto con los ojos desbordados de lágrimas, y me abrazó más fuerte de lo que alguna vez lo había hecho hasta entonces. Nunca supe a qué se debió su llanto, pero sí que puedo asegurar que ese abrazo lo necesitábamos ambos.

    Mientras trataba de dibujar una flor con la escasa luz que había dentro del armario, inspirado por el silencio que se había generado hasta ese momento, me sobresaltó un golpe profundo y con mucho eco, aparentemente un portazo. Me desconcentró mucho, sí, pero no podía hacer más que continuar coloreando algun papel.

    Dibujar me alivió siempre -no tanto como cuando mamá me abrazaba pero al menos se sentía bien-, y colorear lograba borrarme de la memoria todos aquellos malos sentimientos que me nacían siempre que papá llegaba.

    De pronto, y sin aviso, alguien pateó la puerta del cuarto. Casi suelto un grito del terror que tenía, pero no tenía voz. El corazón comenzaba a acelerarce más y más conforme se iban acercando hacia mí aquellos pasos pesados y casi mudos. Cerré los ojos sin pensarlo dos veces y me cubrí el rostro lo más que pude. Sentí como si mi pecho estuviese a punto de explotar, mantuve la respiración lo más baja que me permitía aquél reducido espacio. De repente los pasos cesaron y el silencio reinó muy sospechosamente...

    Abrí mis ojos, aterrado, esperando que no se abriera al armario, y me quedé mirando hacia el mango de la puerta. En medio de aquél suplicio se iluminó uno de los dibujos que había pegado en la puerta del lado de adentro de mi refugio, puedo jurarles por mi madre que los colores comenzaron a brillar. El miedo se había disipado casi por completo, ahora estaba totalmente intrigado, no podía creer que fuera cierto lo que mis ojos veían.

    Ese dibujo eran dos puntos encima de una "U" invertida, formando así una cara triste. Lo dibujé una noche en la que me dolía el pecho y no sabía por qué.

    En ese momento,  la curvatura de la "U" se invirtió y comenzó a brillar. Por último noté que el dibujo me estaba sonriendo, y antes de que pudiera exhalar una sola vez o intentar dialogar con esa cara alegre, me desmayé.

    Juan Manuel Mohamed

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