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El reflejo torcido

Nathalie

Jul 4, 2025

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El reflejo torcido
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No recuerdo la primera vez que pensé que era fea. No fue como una revelación brusca, sino más bien como una semilla extraña que alguien dejó caer en mi cabeza sin querer… o tal vez queriendo. Una frase, una mirada, una comparación. Algo insignificante, quizás, pero que germinó como hiedra silenciosa en los rincones de mi mente. Y ahí sigue.

Desde entonces, cada espejo se convirtió en una especie de oráculo cruel. No uno que hablara, sino que me devolvía lo que yo ya sabía, o creía saber. Había algo en la forma en que mi rostro se curvaba, como si los ángulos se hubieran construido para desafiar toda armonía. Como si los dioses hubieran derramado el molde mientras me creaban y nadie se dio cuenta.

Mis ojos no son iguales. No en forma, ni en tamaño, ni en expresión. Uno parece más dormido que el otro, como si llevara siglos cansado. Y mi nariz... no está mal, supongo, pero es la clase de nariz que nadie recordaría si dibujara tu retrato. Ni fea, ni bonita. Sólo… ahí. Colgada entre dos mejillas que tampoco ayudan mucho.

Y sin embargo, lo peor no es eso. Lo peor es que hay días en los que me olvido de lo fea que soy. Me río fuerte. Me recojo el cabello. Me visto sin pensar tanto. Me saco fotos por impulso, sin revisar antes la luz, el ángulo, el desastre. Esos días me hacen trampa. Me hacen creer que, tal vez, no está tan mal. Pero luego veo la foto. La cruda imagen sin filtros ni ilusiones. Y todo vuelve como una marea.

Y claro, me comparo. No con las de Instagram, eso sería suicidio lento. Me comparo con gente normal. Con la chica que se ríe en la fila del banco y aun así le queda bien. Con la señora del bus que tiene arrugas, sí, pero arrugas que cuentan una historia bonita. Con mis amigas. Con mis primas. Con todas.

Una vez le dije a alguien que me sentía fea. Me miró como si acabara de decir una estupidez, y me respondió: "¿Tú? Para nada. Solo que no sabes arreglarte."

Ahí lo entendí todo. Según esa lógica, yo venía rota de fábrica. Solo que con maquillaje y la ropa adecuada, podía disimularlo.

Desde entonces, me volví experta en el arte de la ilusión. Aprendí a posar, a reírme ladeando la cara, a esconder la sombra de mi papada con una bufanda invisible. Aprendí a mostrarme sin mostrarme.

Pero en la noche, cuando me desmaquillo, cuando me recuesto en mi cama y ya nadie me ve, ahí está de nuevo. Esa sensación como de tener un rostro prestado, uno que no elegí, uno que no coincide con lo que soy por dentro. Como si mi alma hubiese llegado tarde a la repartición de cuerpos y le hubieran dicho: "Lo sentimos, esto es lo único que queda."

Y claro, tal vez exagero. Tal vez es sólo mi mente jugándome sucio. Pero no se siente así. No se siente como una mentira. Se siente como una certeza grabada en la médula.

Una vez, un tipo me miró de una forma diferente. No como quien evalúa. Me miró como quien se asombra. Sentí vértigo. No porque pensara que me veía bonita. Sino porque me vi a través de él, y por primera vez no sentí rechazo. Fue confuso. Quise preguntarle por qué. Por qué me miraba así. Por qué no desviaba la vista como hacen todos. Pero no dije nada. Me limité a sostener la mirada. Un instante. Uno solo. Y luego volví a esconderme en mis pensamientos.

Desde entonces, me pregunto si todo esto que creo podría no ser cierto. Si mi fealdad es algo real, o si la inventé para protegerme de otra cosa peor.

Pero no tengo la respuesta. Solo tengo mi reflejo, que sigue ahí.

Torcido.

Injusto.

Dolorosamente mío.

Nathalie

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