Hay una gran simpleza en la nostalgia. No es sofocante, ni inmediata, sino más bien pena, que se asienta en nuestros huesos, un leve dolor en el pecho. Un dolor que aparece ante los recuerdos, que se oculta en el presente, invisible. Hasta que de pronto agoniza cuando volvemos a ver el brillo gélido del pasado, como un invierno lejano, y su sol cuyo calor es inalcanzable a través del velo de la memoria. Un dolor sin muchas palabras, sin algo que decir. Un dolor que se acumula con el paso del tiempo, que sufre a medida que el recuerdo se aleja más y más, volviéndose una simple estrella en el firmamento de lo que alguna vez fue nuestra vida. Y es solo eso, un dolor, pero es un dolor que a partir de la pena nace, crece, envejece, y a veces encuentra su voz para gritar aún cuando sabe que simplemente no hay forma de volver atrás.
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