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El recuerdo del dolor negado por dios

mar

May 17, 2024

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El recuerdo del dolor negado por dios
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Suelo sentir que debo expresar cierta excentricidad en la escritura, no lo exijo a nadie de hecho ni siquiera opino así de la literatura amo hacerme parte de la cotidianidad de mis héroes y las historias de los que tienen la valentía de sentarse frente a la hoja y hacernos parte de su mundo o transformar sus realidades. Pensando en esto quise encontrar algo de mi día a día, algo simple pero valioso y recorde que hace dos lunes atrás volví muy melancólica a mi casa. La tarde de ese dia estuve en la facultad con mis compañeros de grupo hablando sobre un trabajo que teníamos que hacer, delirios e ideas muy ingenuas volaban por los aires. El tiempo de clase se acabo para seguir desarrollando entonces nos acercamos a un bar de la zona, la tarea era escribir un guión para lo que iba a terminar siendo un corto y sin darnos cuenta terminamos soñando en voz alta como si estuviésemos a punto de hacer la película de nuestras vidas, plagamos el lugar de fantasías palpables que se fueron presentando como hologramas. A todo este ambiente acompañaban sobre la mesa tazas de los cafés que habíamos tomado -pensaba para mis adentros- se recreó esa leyenda de que el resto en el fondo de ellas pueden significar algo si se sabe leerlo o entenderlo. Cerré los ojos en ese instante aislandome de toda esa gente y momento lleno de gracia, hilando el tema de viejas costumbres y dichos apareció en mi conciencia una vieja oración que aprendí en una época plagada de de desolación donde no sabía a donde huir y la religión era una especie de cuento que me calmaba, cosa que igualmente duró poco. Una experiencia que me marcó lo suficiente apareció para dejarme absolutamente despegada del presente mientras la vida alrededor seguía (me suele pasar). Como un encuadre perfecto todo se situó en ese pasado lejano, la puerta de entrada de un edificio (en ese momento mi hogar) muy melancólica como la de las pensiones de las películas que muestran una triste noche en ny, otra puerta con rejas despintadas en la delantera y en el medio de estas dos un mini espacio rectangular color hospital, ¿Señal de la muerte de algo? No estoy segura pero si se que no había nada sano en esa etapa. Estaba presente mi papá, nos quedamos ahí un rato como de costumbre al final de una salida estirando el tiempo. Me sigue removiendo el estómago ver perfectamente esa imagen. La ciudad se movía con tanta locura o capaz era un reflejo de mi confuso e histriónico sistema y mente, los autos parecian ir a la velocidad de la luz (lo peor es que dentro de esos autos había personas viviendo a ese ritmo) pero lo más latente era la angustia y las preguntas que esta desencadenó. ¿Existía alguien que los 11 años le pesaran tanto como a mi?

Mi papá que hacía lo que podía con lo que tenía -como todos los padres- nunca supo abordar mi tristeza, más bien la negaba, al día de hoy yo sigo resolviendo algo de eso pero lo único que se con firmeza es que la infancia no es nada cómo se la pinta. Volviendo a él, lo único que se le ocurrió fue hacerme creer en dios, no era muy difícil ya que uno a esa edad todavía cree valga la redundancia en la palabra de los padres. No sabíamos abordar la emocionalidad, yo con tan pocos años de vida encima era una luna aguada, un trapo mojado, un atardecer naranja nostalgico, un libro que nadie lee por lo sensible que lo pone. Entiendo que no era fácil para él pero para mi tampoco y la supuesta iluminación que traia la religión nunca me llego, además de que ya sentía que vivia bajo una nube negra esta realización fue peor. Recuerdo que no habíamos terminado de decir amén, que yo -a punto de tocar el picaporte de la puerta a la vuelta dentro- ya estaba mentalizada de que todo este "ritual" no había servido de nada y no había nadie por culpar porque esa sensación tan pesada necesitaba otra solución, ni dios pudo salvarme, ni los malabares de un padre frustrado ni el esfuerzo gigante por tratar de ser una niña feliz como lo eran todos (supuestamente).

La tristeza fue la única amiga que tuve de chica y eso no pude confesárselo ni a dios, nadie quería escucharme acá en la tierra y parece que en el cielo tampoco. Abrí los ojos en el bar donde todo eso ya no existe, solo el agrio gusto que queda de la memoria. La presencia se vuelve hasta más abrumadora que ese rayo que vino contra mí como recuerdo, como si el tiempo me quiso recordar que incluso “en la cima” el dolor sigue estando porque es parte de nuestra historia. Las historias y las vidas pueden ser comunes pero tan solo un toque de humanidad, memoria y atención a ellas y sus simples "hechos" para ver como se despliegan cosas maravillosas y dolorosas escondidas.

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