mobile isologo
buscar...

El puente

Ánima

Abr 25, 2025

67
El puente
Empieza a escribir gratis en quaderno

El lunes te vi. Fue el 21 de abril.

Te escribí un simple: “Hola, ¿cómo estás?”,

sabiendo que quizás tu respuesta sería fría y cerrada. Aun así, salté.

Salté porque sos valiosa, porque me encantás,

porque incluso en el dolor de que te fuiste —de que me dejaste—,

yo te amo. Y por eso te busqué.

Me respondiste como imaginaba: fría, firme, pidiendo distancia, sosteniendo el silencio.

Y aunque me dolió, me armé de una estrategia. Te pedí dinero.

No fue por maldad; solo me dio vergüenza quedar expuesta,

tan vulnerable después de haberme acercado.

Y aunque sé que primero dudaste en venir, que buscaste intermediarios... viniste.

Y para mí, eso fue una mezcla inmensa de emociones.

Tenía muchísimo miedo.

Porque tu enojo podía romperme de nuevo.

Porque quizás tu distancia, tu indiferencia, me partirían al medio.

Sin embargo, salí antes. Te esperé en el puente…

ese puente que ahora siempre voy a recordar con amor.

Te escribía con miedo, para saber si venías acompañada.

Tenía tanto miedo de que vinieras con tus amigas,

que imaginé mil escenarios donde me iba sin acercarme,

viéndote desde lejos.

Y pensarás, ¿por qué? Porque para mí, eso simbolizaba todo.

Que no había vuelta atrás.

Que había un mar de distancia.

Una separación incorruptible.

Y mientras te esperaba, entre miedo y felicidad,

me movía sin poder estar quieta. Subí al puente, bajé las escaleras,

me quedé a la mitad. Mi mente anticipaba tu llegada.

Hasta que llegó tu mensaje: “Estoy acá.”

No te veía, te buscaba en todas partes. Y de pronto, te vi.

Tan fresca, tan radiante, tan hermosa. Tan vos.

Tu presencia me temblaba en el cuerpo y me aceleraba el corazón.

Me acerqué. Y aunque nuestros cuerpos mantuvieron distancia,

cuando nuestros ojos se encontraron,

todo el enojo, todo el dolor, se desdibujó.

Sonreímos. Involuntariamente, inevitablemente.

Y fue mágico para mí.

Pero nuestras mentes nos llevaban de vuelta a la seriedad.

Me diste el dinero. Y en teoría, no había más que nos atara a ese encuentro.

Pero ahí estábamos.

Sin saber qué decir.

Sin querer irnos.

Sin saber cómo quedarnos.

Me preguntaste: “¿Por qué hiciste que nos juntáramos?”

Sabías que te mentí. Que el dinero no era tan urgente.

Quise mantenerme firme. Te dije que era por eso.

Pero después, me sinceré: “Quería saber cómo estabas.”

Tus ojos se llenaron de dolor, enojo, angustia.

Y dijiste: “Me perdiste.”

Yo podría haberme derrumbado. Pero te respondí desde el alma:

“Vos también me perdiste. Ambas nos perdimos.”

“Vamos a ver quién gana y quién pierde”, dijiste.

“Ambas perdimos, y ambas ganamos”, respondí.

En ese tramo, cruzamos nuestro dolor. Palabras cargadas de enojo, sí,

pero también de profunda angustia.

Vos dijiste que entregaste todo. Que te perdiste.

Y yo te dije: “Yo también lo di todo. Y también me perdí.”

Hoy me estoy encontrando.

Y vos me dijiste que también. Que te estás priorizando.

Que estás procesando tu duelo.

Que ese encuentro no significaba nada.

Que no íbamos a volver.

Y aunque me dolió… te miré.

Miré el dolor que te causé.

Y quise abrazarlo con mis palabras.

Vi que te dolió irte. Que sentiste que te dejé sola.

Que estabas sola, sin nadie.

Aunque desde afuera yo veía que tenías lo que buscabas:

tu libertad, tu espacio, tus amigos, tus nuevas experiencias.

Pero eso no lo dije. Solo pregunté:

“¿Cómo estás ahí?”

Me respondiste: “Al menos puedo respirar.”

Y entendí.

Yo también respiré, y te dije:

“Qué bueno. Me alegro.

Yo también me siento más tranquila.

Siento que cada una tiene su espacio para ser.”

Y por un momento, eso nos unió.

Después me volviste a preguntar qué hacíamos ahí.

Y te dije: “Solo quería saber cómo estaba la persona que quiero,

y que conozco hace 9 años.”

Me corregiste: “8 años de convivencia, no 9.”

Y yo, con ternura, te respondí:

“Sí, pero antes de esos años fuimos amigas.”

Y ahí, sentí que te acaricié el corazón.

Te dije que me gustaría que podamos vernos como amigas, sin presiones.

Que no quiero entorpecer tu camino, ni el mío.

Que quiero acompañarte desde otro lugar.

Me dijiste que lo ibas a pensar.

Y aunque querías irte, tomé valentía y te pregunté:

“¿Puedo acompañarte hasta cerca de tu casa?”

Dudaste. Dijiste que no querías que se confundan las cosas.

Pero tu cara no pudo ocultar que te gustó que lo preguntara.

Y dijiste: “Bueno.”

Caminamos por el puente.

Hablamos de cosas normales.

Tu trabajo, el mío, la semana, tu papá.

Y aunque parecía una charla común,

yo iba lento.

Quería frenar el tiempo.

Cuando llegamos cerca de tu casa,

hablamos un rato más.

Y yo solo pensaba en abrazarte.

Pero me dije: “Solo disfrutá este momento. No busques más.”

Te pregunté si tu respuesta me iba a llegar.

Si sería con palabras o con silencio.

Me dijiste: “Sí, te voy a responder.”

Y aunque supe que iba a ser una espera larga…

también sentí que valía la pena.

Te miré y te dije: “Me gustó verte.”

Vos me miraste y respondiste: “También me gustó verte.”

Me abrazaste con tus palabras.

Y quizás ni te diste cuenta.

Te fuiste. Yo me quedé.

Te miré mientras caminabas.

Y cuando pensé que no te vería por mucho tiempo,

te giraste. Me miraste.

Y me regalaste una última despedida con los ojos.

Te sonreí.

Gracias por eso. Fue muy valioso para mí.

En esa hora y media, dos almas se encontraron.

Hubo silencio, dolor, distancia.

Pero también amor, ternura y compasión.

Nadie quería irse, pero no sabíamos cómo quedarnos.

Y aunque solo duró una hora y media…

para mí, duró toda la vida.

Ánima

Comentarios

No hay comentarios todavía, sé el primero!

Debes iniciar sesión para comentar

Iniciar sesión