Pasaron quince años desde mi nacimiento y durante ese tiempo seguí con tratamientos, controles y chequeos. Pero, más allá de la salud, lo más difícil estaba en mi interior. Muchas veces deseaba no despertar al día siguiente; era como vivir sonriendo por fuera y estar rota por dentro.
En la escuela sufría burlas, en casa había situaciones que me lastimaban y yo misma no lograba aceptarme. Llegué a pensar que cambiar mi identidad me daría paz, porque sentía que no encajaba ni en mi propio cuerpo.
Cuando cumplí quince años me dieron el alta médica, y físicamente ya podía reír, llorar y hacer lo que antes no podía. Pero aun así, seguía enojada con Dios. Me costaba entender cómo un Dios bueno había permitido tanto dolor en mi vida, y peor aún, por qué me había dejado sobrevivir.
A los dieciséis, en medio de ese conflicto, tuve un encuentro con Él. Fue como si me preguntara: “¿Dónde están tus acusadores?” Y entendí que la única que se juzgaba era yo misma. Luego, otra vez, Su Palabra llegó a mi corazón: “Ni yo te condeno; vete en paz.”
Ese día comprendí que Dios siempre estuvo, incluso en los momentos que parecían vacíos. Él no me había abandonado. Estaba esperándome.
📖 “Cercano está Jehová a los quebrantados de corazón; y salva a los contritos de espíritu.”
(Salmo 34:18)

eli l
Soy una joven cristiana con un estilo de vida diferente y con una mirada al mundo diferente Espero que les guste mi contenido
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