Volvió un día
con las manos gastadas
y la torpeza de quien nunca
supo pedir perdón.
No dijo nada,
no supo cómo
pero se quedó.
No trajo flores,
ni promesas,
solo un frasquito de pegamento
y la intención
-pequeña, temblorosa-
de recomponer lo que quedaba.
Y fuimos así,
pieza a pieza,
sin saber si aquello encajaba,
armando algo
que se asemejara al amor.
Y en ese intento
aprendimos.
Él a escucharme,
yo a mirar sin juicios.
Perdonar,
es también a veces
reconocer la herida propia
en el cuerpo ajeno.
Y justo cuando empecé a confiar del todo,
cuando apoyarme dejó de darme miedo,
se fue.
Dejándome con un corazón mal pegado.
Así, sin avisar,
del mismo modo
en que se van
todos los que ya no vuelven.
El primer hombre que me rompió el corazón
tenía mis mismos ojos.
Fue el único que quiso volver
a juntar los restos.
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Cielo Hochberg
No sé por qué siempre que escribo termino hablando de ausencias, de muerte y de amor. Será que quizás son las únicas formas de vida que conozco.
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