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El primero

Ancla

Jun 7, 2025

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El primero
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El calor del verano inundaba el pueblo. La tierra roja ardía bajo las ojotas sucias, el aire reflejaba sed y sudor del calor de marzo. Los días de clases acababan de empezar y todavía el otoño se hacía esperar.

–¿Mejor nos preparamos un tere y nos sentamos debajo del mango?– dije mientras me dirigía a la cocina y al ritmo de golpes de cuchillo rompí el hielo en trozos y los tiré en la jarra que llené de agua. Corté el paquetito de juguito en polvo para disolverlo en el agua helada, sin conocer, todavía, las reglas de disolución de los solutos.

Era la primera vez que la Gringa venía a mi casa. Con sus ojazos verdes y su tremenda sonrisa llegó como quién entra a la casa de una vieja comadre con ganas de chismosear. Ella tenía la capacidad de atraer la atención de todo el mundo, quizás por ser relativamente nueva en el pueblo, recién llegada de la capital o por su acento seguro y con carácter. Y simplemente comenzamos a charlar.

En ese momento, yo no era una muchacha con muchas amistades. Hace poco tiempo nos habíamos mudado con mi familia al lado de la casa de mi abuela, y aunque tenía 12 años, todavía no me permitían salir mucho. Las amigas del barrio que creía haber dejado en mi vieja casa se volvieron desconocidas, y solamente contaba con unas pocas en la escuela y una vecina, con la que prácticamente crecí. El barrio no era muy divertido, no habían muchas chicas de nuestra edad, y en plena adolescencia, estar rodeados de gente mayor resultaba muy aburrido.

Nos sentamos debajo del mango protegiéndonos del sol con su asombrosa sombra, el calor se pasaba gracias al tere helado y la conversación brotó como naciente de un arroyo. Pasamos allí toda la tarde. Me contó algo de su vida, como la hacían sentir en el pueblo, y decidió que pasaríamos las sucesivas tardes hablando, escuchando música o bailando. Íbamos a la misma escuela, mismo año, pero distinta división.

Lo que parecía una tarde cualquiera de verano, se transformó en el principio de la mejor época de mi vida y el tereré, nuestra excusa para reírnos hasta el cansancio, contarnos todos los chismes de la cuadra o de la escuela, novillear y compartir nuestros dramas. Ese primer tere nos descubrió como amigas, y la sombra del mango nunca volvió a estar sola.

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