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    El primer capítulo de nada

    Abr 3, 2025

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    La última vez que te escribí era verano pero helaba. Mi radio preguntaba ¿qué se hizo de tu sombrerito gris? para luego afirmar sin sentido alguno; “ya ves, te cambiaría por cualquiera, te engañaría con cualquiera”. En esa época mi mente rebotaba entre los dejos de un pasado que me atrapaba y el presente de un literato que me enceguecía. Eran tiempos de abstracción total hacia al afuera, de ensimismamiento constante, de soledad insípida e insoslayable. Era un pretérito que sin sentido alguno, terminé por idealizar.

    La última vez que te escribí estaba perdidamente enamorado de otra mujer, de otro perfil, de otra vida. Mis textos en ese entonces se empecinaban en buscar respuestas a algo que hoy está claro. Y ahí estabas vos, un poco desde siempre y un poco desde esa madrugada en la que me mantuve despierto entre cigarros, café y una frazada que me alejaba del frío. Recuerdo que sentí, en el sin sabor de las 2 AM, una puntada sin sentido en mi pecho y un poco me alegré de ello.

    Hoy te escribo de nuevo, para dejar de ser el silbido intrascendente que camina por cables invisibles, se pierde en ondas insoportablemente indispensables y termina iluminando una cara que no quiere ser luz. Escribo, en el ardor de una noche en vela manejando de Francia hasta Caballito. Pero sobre todo en el inimaginable pesar de la dureza de un crepúsculo frío que calumnia al helado invierno de París. Y lo hago porque no soporto la guajira que suena en mi cabeza y menos aún el tango de Astor que me obliga de a poco a decir adiós.

    Me siento en el patio que supo ser tuyo, aunque nunca lo supiste, mientras intento ver alguna estrella en el panteón de los caídos. Pero nada aparece. Solo vos y tu imprudencia de jueves por la noche. Solo vos y un parador perdido en la distancia. Solo vos y una plaza iluminada en la calidez porteña. Es inútil que te hable esta noche, a vos que no sabes nada de perdón porque jamás necesitaste darlo ni recibirlo. Es inútil que seas la inspiración de un texto que no tiene principio ni final. Pero aún así lo sos, y aún así me disculpo ante vos.

    Recuerdo, mientras mi mente se embadurna de imágenes germánicas, un sin sabor de sábado por la noche. Y te figuro ahí frente a mí. Mientras suena la música caribeña y la vida no me permite gritar mis penas. Será que para eso estamos aquí, afirmo para mi mismo mientras me peleo con un Dios que murió. Entonces, solo entonces, pese a no querer hacerlo, vuelvo a vislumbrar que el final está cerca y entiendo las vicisitudes de este momento. Es ahora, que escuchando a Sabina y a Charly puedo cerrar el primer capítulo de un libro que nunca voy a escribir y empezar la novela que siempre soñé. Ahí estarás vos y un poco más perdido en un montón de nada, estaré yo, alejado de todo lo que alguna vez me hizo mal.

    Nicolás

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