María y Juan se conocieron en la pequeña ciudad, donde ambos habían pasado su infancia entre calles adoquinadas y casas de tejados rojos. Juan era el hijo del panadero, un chico de mirada vivaz y sonrisa contagiosa, mientras que María, la hija del librero, destacaba por su ingenio y su amor por los libros.
Desde muy jóvenes, compartían la misma pasión por explorar los rincones secretos de la ciudad, escondiéndose entre los árboles cercano y dejando volar su imaginación. Fue durante uno de esos días de aventura que María y Juan descubrieron un antiguo molino abandonado en las afueras de la ciudad. Intrigados por su misterio, decidieron explorarlo juntos.
El molino, con sus paredes cubiertas de hiedra y su rueda oxidada, parecía sacado de un cuento de hadas. María y Juan se aventuraron dentro, explorando cada rincón con ojos brillantes de asombro. Fue en el interior, entre las sombras y el murmullo del agua, donde floreció un vínculo especial entre ellos.
A medida que crecían, ese vínculo se convirtió en algo más profundo: el amor. Sin embargo, decidieron mantener su romance en secreto, temerosos de la reacción de sus familias y de la sociedad conservadora de la ciudad. Los días de verano pasaron volando entre risas, paseos y miradas furtivas llenas de complicidad.
Pero cuando el otoño llegó, Juan anunció que su familia se mudaría a la otra ciudad, dejando atrás donde vivia y a María. El corazón de María se rompió en mil pedazos, pero decidió guardar sus sentimientos en lo más profundo de su ser. Después de la partida de Juan, el invierno llegó con su frío abrazo, envolviendo la ciudad en una atmósfera melancólica.
Sin embargo, un día, cuando el sol comenzaba a calentar la tierra después del largo invierno, María recibió un mensaje de Juan. En ella, él confesaba su amor por ella y le pedía que lo esperara en el molino abandonado, donde se encontrarían para despedirse como se merecían.
Con el corazón latiendo con fuerza, María corrió hacia el molino. Allí, entre las ruinas que habían sido testigos de su amor, se encontró con Juan. En un momento de valentía, ambos confesaron sus sentimientos y sellaron su amor con un beso dulce y tierno.
Aunque sabían que sus caminos los llevarían por senderos distintos, María y Juan se prometieron que el amor que compartían nunca se desvanecería. Con lágrimas en los ojos pero esperanza en el corazón, se despidieron, sabiendo que su amor perduraría a través del tiempo y la distancia. Y así, con el recuerdo de aquel beso en el viejo molino, María y Juan siguieron adelante, sabiendo que su amor siempre estaría presente en sus corazones.
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