Caminaba por un sitio, sentía el sol pegándome en la cabeza. Iba caminando tranquilo, sin molestar a nadie. En eso, una chica me rocía con desodorante a la altura de la cabeza y lo mueve como dibujando en el aire para que esa nube abarque todo mi cuerpo.
Atiné a cubrirme los ojos. Entendí entonces que tenía mal olor; la gente me criticaba por eso. Luego me desperté, todo transpirado, y procedí a oler mis axilas. Algo había expulsado de mi cuerpo. Sentía el olor rancio que se da cuando el cuerpo realiza una depuración. Muy transpirado, me levanté, me lavé los dientes. Era un 14 de enero.
Luego me puse a trabajar. Las cosas no van bien en el trabajo: hay despidos constantes y mucha incertidumbre. Es una especie de lotería sangrienta donde esperas que ruede tu cabeza cada día. A pesar de eso, logré terminar algunas tareas como para hacer el día más ligero.
Me entero de que una amiga viene de un lugar muy lejano y me pongo a organizar las cosas. No salen como esperaba. Otra persona me hace un planteo sobre nuestra amistad. Realmente se sintió como una lanza al corazón, pero pude entenderlo. Fue muy doloroso, la sensación durísima, pero a la vez liberadora. Entendí que nada podía yo hacer y que no era la función de la otra persona hacerme sentir bien.
Termina el día laboral y, con un grupo de amigos con quienes solemos compartir salidas de cine y empanadas, organizamos para ver una película. Yo me ofrezco a ir más temprano de lo normal porque pensaba que quizá la película deseada no iba a tener entradas. Me pego una ducha. Recuerdo el sueño de la mañana, donde me tiraban desodorante, todo esto mientras me bañaba y le ponía empeño para no tener mal olor.
Después de cambiarme y dar un par de vueltas, entre ellas alimentar a mi gato, me dirijo al subte, la línea azul. Esperando en el andén, veo que un hombre le grita a otro. Me detengo a observar la situación: un hombre de traje azul y pelo blanco, sosteniendo algo que se veía como una bolsita (me di cuenta de que era un ano contranatura), trataba de no mirar al hombre hostil de gorra azul y remera naranja que le gritaba. Este último se dirigió a uno de los asientos metálicos que había en el andén, donde lo esperaba un amigo.
Al ver esta situación, algo se despertó en mí. Lo que llamó mi atención fue que el hombre de traje olía totalmente horrible. Intenté no hacer ningún gesto para no mostrar mi desagrado. El hombre de gorra seguía gritando ininteligibles epítetos: parecía borracho y, a la vez, muy enojado con el hombre de traje azul. Decidí ponerme en el medio de ambos, tapando al hombre de azul para que el otro no pudiera verlo.
Cuando finalmente llega el subterráneo, me puse en una esquina y esperé. Pensaba que cambiarían de vagón, pero no; se encontraron en el mismo. El acompañante del hombre de naranja se sentó al lado de una chica, la cual se levantó inmediatamente. Este fue a sentarse al lado de su amigo. Yo estaba a solo un asiento de subte del hombre de naranja y, a mi izquierda, el hombre de traje azul.
En esta situación incómoda, había un muchacho de unos veintipico tocando una guitarra con un sticker de un ajolote. Entre los gritos del hombre de naranja, intentaba cantar una canción de Charly y de Pedro: "Tu amor" (yo me decía: qué conveniente).
Ahí comenzó una lucha de realidades, donde el guitarrista quería poner algo bueno y el hombre de la remera naranja se la pasaba insultando. Incluso llegó a decirle al hombre del traje azul: "Agarrá el próximo tren y tirate abajo, así se te acaban todos los problemas", al mismo tiempo que el músico recitaba Tu amor. Parábola de un mundo mejor. Me parecía increíble la situación.
Finalmente, se baja el hombre del traje azul. Yo me quedo mirando al hombre de remera naranja a los ojos y me dice: "¡No puede tener ese olor!". Yo le respondo: "Vos no tenés por qué tratarlo así". Después de eso, se bajó en la siguiente estación.
Fue increíble: mi sueño ese mismo día y lo que había pasado, como si hubiera habido una sincronización o quizá nada, solo el teatro de lo absurdo.
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