EL PODER DE TU MIRADA

Saliendo de un letargo de ensoñación me choco con tu mirada, que vuelve a adormecerme envolviendome invisiblemente y transportándome a un nirvana en el que me encuentro a otro yo con la conciencia blanca, mirando a la nada. Perdido.

Lo veo y me reconozco, también lo trajiste vos acá. Recuerdo ese día, por la ropa que llevaba puesta y por la forma en la que me encontraba. Después de repasar aquel momento, ese,  mí otro yo, me mira y comprende que estamos acá por el mismo motivo.

Intento retomar mí vida, pensar en lo que debo pensar, pero vuelvo a sentir el ardor de tus ojos, la conciencia de tu mirada y todo vuelve a empezar, cómo un bucle infinito, como una cinta de moebius, mí conciencia se evapora cómo el deseo de lo imposible,  mí estado de realidad se pierde en el momento justo en que tus ojos se encuentran con los mios y abandona la cordura como cuando un perro ve volar aquel pajarito que quiere cazar. Es tu mirada y la forma en la que me miras y la forma de tus ojos, lo que me atonta. Lo peor de todo (o lo mejor) es que después de quedar así por tu mirada, llega el turno de tus besos. En estos participan tus labios; rosas y suaves que se dibujan en tu cara, con la forma perfecta. El oxímoron de sentirlos secos y húmedos hace que todo se transforme. Tu lengua tímida, geográfica, interviene en la danza programada. La reconozco más vivaz y movediza pero sabe acomodarse en el juego. La cercanía de tu rostro me hace sentir un vacío ahí por el esófago y rozar tu cara, visualizar los detalles de tus pómulos, tu mentón, me dan ganas de seguir besándote y no dejar centímetros de diferencia entre nosotros. Después de esos besos, tus ojos están un poco más entrecerrados, de tu mirada percibo más fuego. A veces, moves la cabeza y tus cabellos son invitados a jugar; desparramados, bailando formando una maraña de cabellos con olor a perfume que esconden tímidamente a tu cuello, que con blanca ternura, mantiene erguida tu cabeza.