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    El poder de la ternura.

    Jun 5, 2024

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    El poder de la ternura.
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    “Gracias por la ternura: gracias porque cuando el mundo es frío y las tormentas suspiran de manera tan lastimera, cuento con la seguridad de que tengo un dulce refugio, un lugar que me protege de la tormenta.”

    Emily Dickinson a Susie Gilbert.

    El mes de mayo trajo consigo un cúmulo de ansiedad en mi cuerpo que se desató sin previo aviso la semana pasada, desde el domingo pasado hasta hoy pasé noches sin dormir, me salté comidas por falta de apetito y lloré lágrimas que no sabía que tenía guardadas. Lloré en la ducha, en la calle, en el colectivo, lloré mientras revolvía una sopa, mientras la servía y mientras la comía.

    Había una sola cosa que apaciguaba mi malestar: visitar a través de los senderos de mi memoría lugares donde habita la gente que amo. Pensaba en un domingo en mi pueblo, con mi familia, en el campo. Recordaba el último abrazo que recibí de mi hermano cuando nos reencontramos el día que lo busqué del jardín hace un mes. La última charla con mi hermana, el último beso en la frente que me dió mi papá, tal cúal lo hacía cada mañana antes de irse a trabajar cuando yo era chiquita. El abrazo de felicidad de mi mamá cuando le dije que había aprobado el parcial -de la materia para la cúal escribo este ensayo- la noche antes de tener que volver a Salta, a transitar mis días sin ellos.

    El miércoles la vida decidió darme un respiro, acercarme la compasión que yo misma no me estaba brindando y me sorprendió con la visita de mi abuela. Esa noche reviví la sensación de que te duelan las mejillas y la panza de tanto reírte y lo feliz que me hace el sonido de su risa. La mañana del jueves decidí quedarme a desayunar con ella. Cuando escuché que se levantó puse “Balada para un loco” en la tele y a los pocos segundos, tal cómo lo esperaba, la encontré bailando en el pasillo con una sonrisa en la cara. 

    Mi abuela desconocía la tristeza que se alojaba en mi cuerpo, por ende desconocía también lo reconfortante que resultó para mí el pequeño gesto de cambiarme la sábanas, tenderme la cama,  prepararme el té, de sentarse conmigo, de preguntarme sobre mis días aquí. Seguramente también ignora lo mucho que suaviza mi vida su existencia, su ternura. Esa mañana que pasé junto a ella recordé un fragmento del poema “El regalo” de Raymond Carver:

    “Me dices que no dormiste bien. Te respondo que yo tampoco. Tuviste una noche terrible. “Yo también”. Estamos extraordinariamente deferentes y tiernos el uno con el otro como si advirtiéramos la fragilidad de nuestros mutuos estados de alma. Como si supiéramos lo que el otro sentía. No lo sabíamos por  supuesto. Nunca lo sabemos. No importa. Es la ternura la que me importa. Es el regalo de esta mañana que me mueve y me sostiene. Igual que cada mañana.”

    Al mediodía nos despedimos. Ya de camino a la universidad, sonaba en mis auriculares Serenata para la Tierra de Uno de Maria Elena Walsh, cantada por la “Negra” Sosa y una profunda sensación de gratitud invadió mi cuerpo al escuchar “porque el idioma de infancia es un secreto entre las dos, porque le diste reparo al desarraigo de mi corazón”. 

    Ayer, cuando el profesor nos pidió escribir un hecho importante de nuestra semana anoté la visita de mi abuela sin titubear y cuando nos pidió que lo vinculemos con una canción recordé la primera frase de Zona de Promesas: “mamá sabe bien, perdí una batalla, quiero regresar solo a besarla”.

    Durante el día recopilé mucho material de grandes artistas que describen a la perfección la sensación que esa visita despertó en mí. Sería imposible mencionarlos a todos aquí, por eso -en contra de mi propia voluntad- seleccioné los que me parecían esenciales: Julia Zenko habla de la ternura como la cosa más pura con la cúal se alimenta. Manos que amasan la vida, horno de barro, un pan de esperanza diría Peteco. Otros se refieren a ella como una respuesta política ante el desamparo o como la Institución en la que se funda la humanización de la humanidad, según el ya difunto y reconocido psicoanalista argentino Fernando Ulloa.

    La ternura para mí es la sensación que se despierta al reconocer al otro humano y vulnerable, hambriento quizás inconscientemente de una palabra, de una caricia, de una mirada, pero sobre todo es el acto de elegir no ser indiferente ante eso.

    La ternura es un reencuentro en la puerta de salida de un jardín, una charla, un beso en la frente, un abrazo donde lo que se celebra es un logro ajeno que se hace propio. Es cambiarle las sábanas, tenderle la cama, hacerle el té a tu nieta. Es ser feliz al escuchar la risa del otro, es ponerle un tango para que sonría y baile. Es escribir este ensayo para hacerles saber a quienes amo la capacidad innata que poseen de enternecer mi realidad.

    Para cerrar, voy a citar a la gran Tita Merello que en una entrevista en 1984 decía algo que representa lo que siento. Mi deseo más profundo y más longevo es curiosamente el mismo que el suyo, y que el de todos quizás: “He vivido toda la vida añorando ternura que es el mejor de los sentimientos porque comprende amor y pasión. A mí me tratan bien y consiguen de mí cualquier cosa. La vanidad, la estupidez, la prepotencia, no sirven para nada” y yo agrego: ni tienen semejante poder.

    Delfina Aponte Iriarte.

    Referencias

    Emily Dickinson. 1986. Cartas de amor a Susan. Sabina.

    Raymond Carver. 2019. Todos nosotros. Anagrama.

    Delfi Aponte Iriarte

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