En este contexto de la naturalización de lo infernal he cometido quizás el mayor pecado que existe: tener el deseo inextinguible de querer amar y ser amado.

Moriré sin encontrar unos brazos a los que llamar hogar, no se conocerá jamás la suavidad de mis caricias, la dulzura de mis besos o el calor abrasador de mis pasiones. Dejaré esta yerma existencia sin poder construir con ternura un oasis de calma en este mundo de locura por el simple hecho de desear el amor con toda mi alma.

Pues me ha sido señalado vez tras vez que no debo anhelar activamente. Que todo debe ser fortuito, efímero e inesperado y que el desprecio y el desinterés son moneda corriente.