El cuerpo inerte de Lewis mostraba un color pálido casi en totalidad, a excepción de unos cuantos moretones en aquellos lugares donde se deformaba en ángulos imposibles. En aquella bahía médica, el único sonido que predominaba por encima del silencio era el de un escáner, que, en un intento de analizar el cuerpo, hacía un barrido de pies a cabeza, mientras la Odyssey recorría el vacío estelar en su retorno hacia la Tierra.
—Politraumatismo, pero la causa definitivamente fue desangramiento por la laceración mayor en el abdomen —interrumpió Carol, señalando el monitor frente a ella.
Li Jie, Dimitry y Eliza estaban horrorizados.
—Esto es imposible, ¡no hay señales de que algo haya entrado! —exclamó Li Jie, revisando la grabación de las cámaras de seguridad.
Carol, quien había trabajado estrechamente con Lewis, no podía dejar de mirar el enorme agujero en el estómago del cadáver, como si esperara que el enigma se resolviera por sí solo.
—Tiene que haber sido algo en lo que recogimos —dijo Dimitry, con un tono desenfrenado que reflejaba más autoconvencimiento que certeza. Desde que descendieron al planeta y recogieron la cápsula con el organismo descubierto por el robot de exploración, Dimitry se había vuelto paranoico a niveles alucinantes.
Eliza permanecía en silencio en su asiento, sus ojos se movían rápidamente, sopesando cada posible causa y cada uno de sus compañeros. De llegar a la Tierra sin resolver el misterio de la muerte del sargento Lewis, no tendrían permiso para descender.
Los días pasaban y la paranoia parecía apresar más y más a los cuatro tripulantes restantes, mientras el trecho restante de la ruta se acortaba. Sabían que la base podía controlar la secuencia de desplazamiento de la nave para mantenerlos en órbita en una cuarentena indefinida y la única cápsula de evacuación, sólo tenía espacio para tres tripulantes.
Li Jie, el más introspectivo y reservado del equipo, había comenzado a murmurar para sí mismo, susurrando en su lengua materna, como si encontrar consuelo en palabras que solo él entendía. Era conocido por ser meticuloso y lógico, pero la presión lo estaba llevando al borde de la paranoia. Dimitry, siempre el más impulsivo y emocional, culpaba a Carol por quizás haber pasado demasiado tiempo cerca de la cápsula, insinuando que quizá había sido contaminada, ella, una profesional, la segunda al mando, que siempre había sido la más cercana a Lewis, no podía aceptar esta acusación. Su postura defensiva era alimentada por la culpa y el dolor de haber perdido a un compañero.
Eliza, la más racional del grupo, había sido la responsable de realizar los análisis iniciales de la muestra recogida en aquel planeta remoto, quizás sabiendo más de lo que decía. Eliza observaba las interacciones con creciente preocupación, cada palabra y cada mirada cargada de desconfianza.
Una noche, mientras todos dormían, un grito desgarrador resonó en los pasillos de la nave. Corrieron al origen del sonido solo para encontrar a Li Jie con un cuchillo en la mano, empapada en la sangre de Carol, quien yacía en el suelo, su cuerpo contorsionado en una pose antinatural.
—¡Era ella! ¡Ella estaba infectada! —gritó Li Jie, con los ojos desorbitados.
Dimitry, en un impulso, arrebató el cuchillo de las manos de Li Jie, pero la confrontación terminó en un forcejeo en el que ambos cayeron sobre la consola del laboratorio, luchando por ver quién lograba volver el arma contra el otro.
Eliza vio atónita cómo Li perdía la lucha de resistencia, quizás por haber tenido que pasar lo mismo primero con Carol. Una sonrisa maníaca se dibujaba en el rostro de Dimitry mientras se levantaba triunfal con el cuchillo en la mano. Ella salió corriendo; sabía que tenía que evacuar la nave antes de que Dimitry, o lo que fuera que los estaba acechando, la alcanzara.
Corrió por el pasillo principal hasta la zona de descarga. Un antiguo astronauta, ahora devenido en un loco corrompido por la desesperación, perseguía a su antigua compañera. Ella huía desesperada, incrédula de cómo la violencia había escalado de esa manera por la simple desesperación de una posibilidad remota. Corrió y corrió, dando zancadas desesperadas hasta alcanzar la última puerta antes de la sala que conducía a la cápsula de escape. Desesperada, pulsó el botón de abrir mientras horrorizada observaba cómo Dimitry la alcanzaba.
—Sabes que no hay manera de que salgas de esta —dijo Dimitry, alzando el cuchillo, preparado para dar el golpe final. Pero observó atónito cómo la puerta se abría a espaldas de Eliza, emitiendo un crujido metálico que resonaba por el corredor. Un hedor nauseabundo, mezcla de ozono quemado y carne en descomposición, invadió el aire, obligando a Dimitry a retroceder ligeramente mientras el olor le quemaba las fosas nasales.
Una masa amorfa emergió lentamente de la oscuridad, un híbrido mecánico-orgánico cuyos movimientos producían un siniestro rechinar metálico, como si sus articulaciones estuvieran oxidadas o desgastadas. A cada paso, un eco profundo y vibrante resonaba en las paredes de la nave, como si el mismísimo vacío del espacio estuviera resonando en su interior. Sus extremidades metálicas afiladas rasgaban el suelo con un chirrido agudo, y un gruñido bajo, casi subsónico, se filtraba de sus fauces dentadas, haciendo vibrar el pecho de Eliza con una sensación que se parecía más al miedo que al sonido.
La criatura se abalanzó sobre Eliza, y mientras lo hacía, un olor acre, como una mezcla de metal oxidado y sangre podrida, envolvió la sala. De un solo tajo, arrancó su cabeza de una mordida, acompañada por un chasquido húmedo y el desgarrador sonido de huesos y cartílagos rompiéndose.
En un último acto de desesperación, Dimitry se arrojó contra la criatura, aferrado a una pequeña esperanza que se entretuviera con el cadáver de su compañera lo suficiente como para que él pudiera abrirse camino hasta la cápsula. Pero antes de que pudiera alcanzarla, la criatura movió una de sus extremidades metálicas con una velocidad aterradora. La punta afilada atravesó el torso del astronauta con un sonido sordo, desgarrando carne y hueso. El impacto fue tan brutal que el cuerpo de Dimitry se alzó en el aire, clavado en la extremidad como un muñeco roto.
La sangre brotó de la herida en un torrente caliente, empapando la criatura y el suelo metálico de la nave. Intentó gritar, pero el sonido se ahogó en la garganta de Dimitry, reemplazado por una espantosa gorgoteo. La criatura, como si disfrutara del sufrimiento de su presa, comenzó a agitar su extremidad, sacudiendo a el cuerpo moribundo de un lado a otro, haciendo que sus huesos crujieran y sus músculos se desgarraran en sonidos grotescos.
Con un movimiento brusco, la criatura retiró su extremidad del cuerpo de Dimitry, desgarrando órganos internos en el proceso. El tripulante cayó al suelo en un charco de su propia sangre, pero la criatura no había terminado. Con una precisión fría y cruel, comenzó a golpear el cuerpo inerte de Dimitry una y otra vez, aplastando sus extremidades y destrozando su cráneo hasta que el rostro quedó irreconocible, reducido a una masa de huesos rotos y carne destrozada.
Los últimos segundos de conciencia de Dimitry estuvieron llenos de una mezcla de dolor indescriptible y terror absoluto al darse cuenta de que no había escapatoria. Mientras la criatura se alejaba, dejando su cuerpo destrozado en el suelo, la nave quedó en silencio, orbitando en el espacio como un testamento mortal de lo que alguna vez fue una misión bienintencionada. El parásito y la inteligencia artificial, ahora fusionados en una simbiosis letal, habían transformado el orgullo de la Odyssey en su perdición. La nave, cargada con su oscuro secreto, continuaba su curso en dirección a la Tierra, esperando el momento en que descendiera hacia el planeta que la vio partir llena de esperanza, ahora su destino final, cargado de un terror aún mayor.
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