No son los días ni las noches
los que miden el paso del tiempo,
sino los instantes contigo…
y los que atravieso sin ti.
Provocas más allá del sueño, más allá del arte, que las propias letras,
más que un lienzo y acuarela,
más que una escultura hecha en la niebla.
Eres la verdadera profecía: una eterna.
No se trata de querer vencer las estrellas
ni de buscar brillar, porque tu belleza, simple y honesta,
es una caricia al alma, me ciega.
Quema retinas como quien sale de una cueva
y descubre, de pronto, la verdad:
tu bella existencia.
Conocerte… esa es la verdadera trascendencia:
verte, escucharte, saberte.
Tu valor no necesita adornos;
es algo que simplemente… es y me quema.
Y me pregunto:
¿cómo se habita un mundo sin eso?
Sin una rosa que, al mirarla,
se siente como mirarse al espejo:
lo más tierno y, a la vez, lo más sabio.
Sabiendo que es un honor,
simplemente, vivir a tu lado.
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