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El parque: del arco amarillo, para Sofía número IV.

Sep 11, 2024

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El parque: del arco amarillo, para Sofía número IV.
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Sofía corría entre lo que quedaba en pie de la calesita, y lo que alguna vez había sido una montaña rusa. Corría entre los charcos, entre la maleza crecida entre el cemento, y los metales oxidados que cada uno de los juegos abandonados exponían como esqueleto. Parecía a cada paso haber olvidado todo lo relacionado a la razón, desde que Matías había propuesto jugar a la escondida en medio de este escenario. Había cruzado ya unos cuarenta metros en el parque, había saltado entre las fuentes vacías y resquebrajadas, supo escalar los escombros de lo que alguna vez fue un faro, fue deslizándose por debajo de las maderas que alguna vez fueron los techos, que reposaban ahora esparcidas por el suelo donde deberían deslizarse los autos chocadores. Todo el lugar se sentía expuesto, se sentía extraño el aire como si por debajo del olvido algo aún siguiese vivo. Cada tanto algo se movía alrededor, algo se caía imprevisto, algo crujía e incluso parecía que cada tanto el viento aullaba. Todo terminaba adecuándose a alguna explicación que Sofía improvisaba de formas prodigiosas para calmarse. El sol todavía se posaba por encima del río, desvaneciéndose lentamente en anaranjados que pronto caerían con la noche. Mientras se alejaba en juego, recorría cada una de las atracciones que alguna vez habían encantado. Reparó en la rueda gigante, conservaba únicamente una de sus cápsulas, que al momento en que ella se posó al frente, dejó caer su puerta como si la estuviese invitando. No sería tan ingenua. De la misma forma ignoró a la casa de los espejos, que se le apareció de frente justo al perseguir a un gato que casualmente se perdió en su entrada. Curiosamente, algunas luces todavía funcionaban, algunos juegos destellaban cuando la tenían cerca, como si pudiesen escucharla, sentirla, mirarla. Algunas noches, desde afuera, habíamos visto a ciertos guardias que pasaban vigilando. Pero hoy, el parque parecía haberse asegurado de que no hubiese nadie, que hubiesen estado de franco. Como si hubiese elegido esta noche en particular, como si hubiese propuesto este juego, para quedarse a solas con nosotros. Cada rincón abandonado, cada sombra proyectada, se sentía más que desolación: parecía una provocación, una trampa que aguardaba paciente. Los restos de lo que alguna vez fue diversión ahora eran susurros de algo más profundo, algo que observaba desde cada resquicio suspirando a cada esquina.

Luego de haberse alejado lo suficiente, y rechazado unas cuantas invitaciones, llegó al perfecto lugar donde podría esconderse. Asegurando su guarida a través de un huequito en una ventana rota, mientras veía cómo Carolina iniciaba el juego desde la descolorida tienda de regalos, en dirección al pequeño pasillo de información turística. Tras Sofía, un cartel rojo que señalaba una salida de emergencia iluminó el aire a chispazos haciéndola voltear al instante. Fue encendiéndose a intervalos hasta que se fijó en el marco de una puerta, tibiamente iluminada por el mismo cartel; también, iluminaba los charcos y algunos azulejos aún pegados a la pared. Sofía, con un escalofrío, se quedó admirando el parpadeo del neón, hasta que del otro lado de la ventana, Carolina se delataba pisando algunos cristales.

Indecisa, Sofía se debatía entre el instinto y la razón. No podía negar que algo dentro de ella, una sensación creciente de peligro, quería alejarla de la puerta, le susurraba que debía detenerse. Pero al mismo tiempo, una parte más profunda, quizás más oscura, le decía que tenía que seguir. ¿Por qué? ¿Qué buscaba realmente? El juego apretaba al tiempo, ya no podía parar. Algo dentro de ella la empujaba hacia adelante, una mezcla de curiosidad y un miedo incontrolable, la arrastraban a lugares a los que sabía que no debía ir. Indecisa, entre si aquello sería una señal o simplemente la mejor estrategia para el juego, Sofía caminó lentamente hasta la puerta, agachada, procuró ser lo suficientemente cautelosa. Cuando se posó bajo el neón, donde su cabello pasó de ceniza a colorado, vio la pierna de Carolina ingresando hacia la sala. Al momento en que ella saltó, cubrió el ruido de la puerta que se abrió y cerró de golpe en medio de aquel salto.

Respiró entrecortada en una oscuridad perturbadora; se difuminó en la penumbra. No podía delimitar la profundidad, ni la altura ni el ancho de la sala; ni siquiera podría saber si era una sala en verdad. Ante ella, se expandía la nada, un sinfín de vacío que la llamaba, combinando la curiosidad y el miedo en ambas partes. Cada tanto, una gota caía en algún rincón, ofreciendo una tenue ancla a la realidad. El suelo crujía extraño, se palpaba algo pegajoso. Fue apoyándose lentamente de espaldas contra lo que creía que aún sería la puerta, resignándose a la condición de su existir, sentándose de a poco, metiendo la cabeza entre sus piernas, dejando perder ambas manos en su largo cabello. De pronto, sintió como si hubiese alguna mano más, le costaba distinguir si eran dos o quizás tres. Abrió los ojos, asustada, sin poder encontrar la calma, abrir o no los ojos parecía ser igual. El corazón reclamaba espacio, su pulso se expandía en ondas fuera del cuerpo. No sabía si estaba dispuesta o resignada hasta que un golpe violento a la puerta la sacó del letargo. Otro golpe más fuerte, le hizo doler el pecho.

—So? —preguntó una voz.

Era innegablemente Carolina. Sofía quiso pedir ayuda a gritos, quiso pararse, quiso contarle todo lo que estaba pasando. Pudo tibiamente encontrar el metal helado de la puerta, deslizar su mano y apoyar la frente, deseando que algo en Carolina trascendiera la distancia y la pudiese arrancarla del suelo.

—Sofía! —insistió la voz—. Sé que estás ahí, te vi entrar recién; no me importa ganar, ¿estás bien? —preguntó.

Sofía tampoco tenía idea del tiempo, no solo era un conflicto de espacios. Lo único que podía afirmar es que, por primera vez en todo este periodo, la voz de Carolina le había acercado la paz. Aun así, no contestó. Una curiosa risa se escuchó bajito.

—Encontré la llave, So —agregó Carolina.

No agradeció, no se quejó, no se preguntó si la puerta estaba o no cerrada. Solo quería salir.

—Fijate si la podés agarrar —sentenció.

Al cabo de esas palabras, se escuchó el golpe del metal contra el cemento, la llave que caía a unos metros de la puerta, seguido de pasos que se iban alejando a medida que Carolina se alejaba. Sofía logró pararse, con esfuerzo. Mientras la rabia comenzaba a tomar cada centímetro de su ser, sentía las gotas de sudor en la frente, su respirar agitado, sus uñas clavándose en la puerta con violencia. Inesperadamente, al apoyarse sin querer en el picaporte, la puerta se abrió de forma brusca dejándola caer por la sala mientras recobraba los sentidos, rodó por el suelo áspero y mojado, se cortó con piedras, vio entre los giros volver a dibujarse los colores con el rojo nuevamente apropiándose del aire; desgarró su pantalón, y golpeó el hombro con el marco, aunque apenas cesó el acto, apoyó sus manos buscando endereza, la derecha, se posó provechosa y fortuitamente sobre un cristal bastante grande, que sin dudar tomó, con tal desmedida imprudencia que terminó cortándole la palma. Alzó la vista, no le preocupó, solo le importó ver cómo Carolina salía caminando victoriosa hacia el parque. Sin reparar en sus dolores se reincorporó, corrió tras ella, le habrá tomado diez segundos recorrer todo el pasillo para no saltar el ventanal. Una vez afuera, fue siguiéndola mientras la vio entrar a una garita. Totalmente decidida, siguió su desbocada marcha a medida que se acercaba por detrás, con el cristal enterrado en su mano, sentía el calor de la rabia consumirla por completo. Su respiración entrecortada; sus pensamientos desordenados. No entendía por qué, pero cada paso la empujaba más y más buscando desgarrarle el cuello. Sentía que la sangre que resbalaba por sus dedos se sincronizaba con el latido acelerado de su corazón. ¿Por qué estoy haciendo esto? Un instante de duda cruzó por su mente, tendió a frenar su paso pero no pudo, era como si ya no pudiera detenerse. Todo en su cuerpo exigía accionar. Ya no era un simple juego, era algo mucho más profundo. Algo que la superaba.

- Sofía! Qué hacés? - gritó Matías que llegaba corriendo, agitado. - Te estoy gritando hace rato, por qué no contestás? Dónde estabas?

Enmudecida; se frenó. Sus pupilas duplicaron su tamaño, su cara se tiñó de blanco, el cristal cayó al suelo estallando en mil pedazos. La sangre que iba golpeando a todos y cada uno de ellos seguía cayendo sin parar. Fue buscando explicaciones mientras Matías se acercaba rápidamente. De nuevo en en la inacción, Sofía cerró los ojos; condenada, hasta sentirlo de frente, resignada a lo peor.

- Qué mierda te pasó en la mano? Preguntó Matías abrumado.

Exactamente al término de la frase, un grito irrumpió.

- Los encontré a los dos. Gané.

La voz de Carolina se escuchó desde el otro lado del parque, justo por donde habrían ingresado. Victoriosa, no paraba de saltar y pegar gritos sin importarle quién o qué podría escucharlos. Sofía, paralizada, no pudo decir nada. El frío en su pecho era más intenso que cualquier dolor en su mano. Sintió el roce de la camisa que Matías había envuelto alrededor de su herida, pero incluso ese contacto la desconectaba un poco más. Miró hacia la garita, la puerta seguía abierta. Dentro de ella, la nada misma, indefinida, y el sinfín del espacio, como si estuviesen invitándola, surgían otra vez. Parecían llamarla, como si la oscuridad misma quisiera invitarla a jugar.

PibedeVictoria

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