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    El paraíso LGTBQ+ existe, está en Tel Aviv. Pero, a qué costo. Claros y oscuros de una ciudad en medio de sus propios dilemas.

    Jul 9, 2024

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    El paraíso LGTBQ+ existe, está en Tel Aviv. Pero, a qué costo. Claros y oscuros de una ciudad en medio de sus propios dilemas.
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       Para muchos dentro de la comunidad homosexual internacional, la ciudad de Tel Aviv es conocida como la capital LGTBQ+ del Medio Oriente. Mientras todos mueren de frío y de aburrimiento, ya sea en Nueva York, Ámsterdam o Berlín; la ciudad al lado del Mediterráneo se convierte, gracias a sus cálidas temperaturas, pero, sobre todo, al abierto y muy amigable mundo gay, en el centro de todas las miradas en Occidente. La ciudad a la que algunos les gusta llamarlas como la Manhattan del Medio Oriente (cosa con lo que estoy totalmente en desacuerdo por lógicos motivos) y que muchas veces ha sido elegida como mejor destino gay del mundo, es algo así como el sitio de peregrinación al que hay que ir, aunque sea una vez en la vida (y me van a perdonar por la comparación), como lo es La Meca, en Arabia Saudí, la misma Jerusalén, Santiago de Compostela en España, Stonehenge en el Reino Unido o La Mezquita Azul de Estambul. Pero Tel Aviv posee y proporciona todo lo que un miembro de la comunidad LGTBQ+ global necesita: ver y disfrutar en la vida a tope a una velocidad incesante y despreocupada “a pesar de todo".

         Lo cierto es que ni Key West y Fort Lauderdale en la Florida, ni Mykonos y Santorini en Grecia, ni San Francisco con su mítico barrio Castro (donde todo empezó) ni mucho menos Provincetown en Massachusetts ni Miami (aunque con esta ciudad tengo mis dudas,  a  pesar de la lujuria ochentera cuando todos decidieron escapar de Reagan y sus políticas coercitivas, creo firmemente que es un páramo muerto en medio de una ciénaga disecada carente de vida propia o auténtica) pueden competir con la energía telúrica, con esa atracción magnética, con esa mezcla deliciosa de hombres que posee Tel Aviv. Todas esas ciudades donde la comunidad suele reunirse o vivir, se quedan cortas o no les llegan a los talones a la ciudad mediterránea.

         Tel Aviv es la ciudad perfecta para ser nombrada la ciudad santa homosexual. Nada que ver, por obvias razones, con Jerusalén, la tierra santa religiosa por los cuatro costados. Tel Aviv es todo lo contrario a Jerusalén, aunque estén a solo cincuenta minutos en coche, la una de la otra. Son como el alfa y el omega, como el yin y el yang, como el negro y el blanco, como la fresa y el chocolate. Ambas ciudades se niegan una a la otra. No pueden ni quieren coexistir por ningún motivo. De hecho, conozco a muchas telavivis que no han ido en años a Jerusalén, que ni siquiera les interesa saber qué hay, y cómo se vive en Jerusalén.

      Pero la jovencísima ciudad de Tel Aviv es un movimiento geológico constante solo calmado por las deliciosas aguas del mítico mar Mediterráneo (creo que mucho le deben ellos a la existencia de ese mar porque, si no, les sería muy difícil calmar todos sus dilemas existenciales) que tiene el poder de curarlo todo desde tiempos inmemoriales. La ciudad, la verdad hay que decirla, tiene un componente exótico que la hace estar en la mirilla y en la predilección de millones de hombres entre los veinte y los setenta años más o menos con la capacidad, viagra mediante, de usar su miembro reproductor para algo más que no sea la expansión de la semilla del género humano por este mundo que ahora mismo se cae a pedazos. Ojo, también es importante tener los bolsillos repletos de dinero. Es, ahora mismo, la ciudad más cara del mundo, aunque yo, personalmente, no encuentro lógica en ello pues los servicios esenciales dejan mucho que desear. 

        Lo cierto es que Tel Aviv lo tiene todo, o casi todo (tampoco se puede ser tan absoluto) y ofrece un abanico extenso de posibilidades: tiene un toque de exótica lujuria, diversiones de todo tipo, una mezcla de razas divinas (es la ciudad de la juventud eterna, el promedio de edad es de treinta años) y una sofisticación sin el exhibicionismo ni el esnobismo de otros lares. Se puede decir que, por su modo de vida, son los abanderados de lo cool en el mundo. Tal parece que el concepto hípster (nacido en Williamsburg y en el Lower East Side en Nueva York) se lo han apropiado en esta ciudad para desarrollarlo y triunfar. Siempre moviéndose, con enorme soltura, entre las olas de la playa y las paredes cutres y mugrientas del barrio de Florentín (barrio gay por excelencia) a cualquier hora de la tarde y de la noche, y hasta en el tradicional y omnipotente Sabbath que todo lo cierra o lo controla.

         A pesar del conflicto (israelí-palestino he de aclarar), la ciudad admite la mezcla de razas. Aunque sean primos, se odien y se nieguen, la unión de contendientes, la aproximación carnal de pares y nones ocurre (mientras no se los presentes a tus respetivos amigos y familia) y eso, a la larga, es una rara virtud para tomar en cuenta cuando se habla de distensión política global. Porque en Tel Aviv el sexo homosexual lo puede todo. Está en todas las esferas del poder político y cultural y hasta (con perdón de los ultraortodoxos) en el religioso a pesar de la presión extrema que ejerce la comunidad jaredí en un país como este, marcado por la presencia omnisciente y omnipresente de la religión en todos los estamentos de la sociedad.

        Tel Aviv es, en sí misma, una burbuja brillante y sublime. Es una ciudad multicultural y un manjar apetecible para las hordas de gais que pululan por el mundo, avistando, en Medio Oriente, como su única tabla de salvación cuando los destinos usuales se convierten en más de lo mismo o mueren de frío glacial. Las cuatro cosas que hay que ver de día, con la caída del sol, cobran vida propia y desata un sentimiento de agradable voluptuosidad con una pizca canalla salpicada de drogas, música electrónica y sexo a raudales coloreando la noche. Todo esto obviamente es un imán poderoso que atrae a millones de personas hasta sus playas.

        ¿Pero recuerdan cuando hablé del “a pesar de todo”? pues ahora toca hablar de ello. A pesar de que intentan que sea el faro de esperanza para la comunidad LGTBQ+ de la región, no es más que la manifestación casi brillante de una política oficial del gobierno israelí para vender una ilusión. Se le llama oficialmente “pinkwashing” y surgió, según la revista digital El Orden Mundial, en 2005, cuando, “tras un proceso de consultoría del Ministerio de Asuntos Exteriores, el primer ministro y el Ministerio de Finanzas durante varios años con la empresa líder en imagen de marca Young and Rubicam, se comenzó la campaña Brand Israel, dirigida a jóvenes de entre dieciocho y treinta y cuatro años. Se buscaba dar una imagen relevante y moderna al mundo, y el público que más interesaba era el progresista, dado que, entre ellos, Israel estaba mal vista a causa de su adscripción generalizada a la causa palestina”.

      Desde entonces, los esfuerzos económicos de la ciudad se han ido duplicando para conseguir posicionarse como uno de los destinos más tolerantes y abiertamente gais del mundo y, sobre todo, del Medio Oriente. Y lo han conseguido. Son conscientes de que los miembros de la colectividad gais son personas urbanitas que tienen la capacidad de tejer redes con las comunidades que visitan. Poseen un alto poder económico y de influencia, por lo tanto, pueden ser embajadores del ideario israelí por el mundo.

       Aun así, y a pesar de toda esta tolerancia gubernamental, al día siguiente del primer Día de los Derechos LGTBQI+, Israel frenó la implementación de cinco leyes que buscaban mejorar los derechos de este grupo minoritario. Estas leyes incluían, entre otras cuestiones, la prohibición de la terapia de conversión en menores, el reconocimiento de matrimonios civiles y hacer que los médicos estudiasen la orientación sexual.

       Para ejemplificar un poco la existencia del pinkwashing, se puede hablar de una fiesta llamada Arisa. Esta se autodefine como “la primera fiesta gay con temática de Oriente Próximo del mundo”.  Allí se recurre a constantes referencias de la cultura popular árabe, como la música y la imaginería. Buscan en la promoción del local dar la idea y consolidar la imagen de que esa “libertad sexual”, esa capacidad que tiene la comunidad LGTBIQ+ para unir, vivir y desarrollarse, consigue llegar a cada espacio, a cada capa de una sociedad como la israelí. En la información subliminal, les importa mucho dejar claro que la ocupación en Palestina no es real y que permea cada estrato de la sociedad israelí. Lo cierto es que esa liberación, esa multiculturalidad creada y escenificada por el gobierno israelí y que, tan cómodamente vende al mundo, no incluye a los territorios ocupados militarmente. La existente y ahogada comunidad gai que sobrevive en los territorios ocupados no pueden sumarse a la fiesta que significa vivir la noche en Tel Aviv porque simplemente tienen prohibida la entrada a Israel. Tanto los territorios de Gaza como los de Cisjordania son considerados por la comunidad internacional como cárceles a cielo abierto, de donde no puede salir nadie bajo ningunas circunstancias a las elitistas y divertidas fiestas nocturnas de “La ciudad blanca”.

       Ante la intensiva maquinaria de propaganda del gobierno israelí, la visibilidad de la lucha social de la comunidad LGTBIQ+ en Palestina por sus derechos deja en una gran medida de llamar la atención en la comunidad internacional. Aun así, y a pesar de ese bloqueo informativo y de la carencia de poderosos canales de promoción de la lucha de las minorías palestinas, estas sufren un doble proceso de represión. Hay disímiles colectivos que, a pesar de lo complicado que resulta trabajar bajo tal represión, hacen una encomiable labor. Algunos de ellos, como Al Qaws (Arcoíris) o Aswat (Voces), aportan una contra narrativa muy valiosa, intentando evitar que los grupos LGTBIQ+ palestinos se vean en el dilema de tener que tomar decisiones entre su propia cultura y la minoría sexual a la que pertenecen. Estos colectivos luchan por promover un sistema de valores alejado diametralmente de la ideología salvadora neocolonial del modelo LGTBIQ+ del Estado israelí. Esta supone la deserción efectiva de la liberación de Palestina por parte de quienes la adoptan. Hay que reafirmar que estos grupos sufren el bloqueo del Gobierno israelí y la intolerancia y persecución del Gobierno palestino y sus propias familias. Los palestinos pertenecientes a minorías sexuales también son seres humanos cuyos derechos fundamentales igualmente se ven coartados por ser parte de un país asediado militarmente.

      Por otra parte, que Israel acoja como política de estado el pinkwashing, esa manera tan frívola de asumir los derechos homosexuales como política oficial, hace llamar la atención sobre un fenómeno que, desde el año 2010, viene dando mucho desde que la filósofa estadounidense Judith Butler icono mundial del movimiento LGBTIQ+ proclamó entonces que “…la lucha contra la homofobia había degenerado en acción xenófoba e incluso racista frente a la amenaza del islam. Estamos regimentados en una lucha nacionalista y militarista”.

        Desde entonces preguntas como ¿está el movimiento LGBTIQ+ penetrado por el “homonacionalismo”? ¿O se ha convertido el movimiento LGTBIQ+ en la lavadora de un nuevo nacionalismo que “blanquearía”, en toda la extensión de la palabra? ¿son las demandas de los movimientos LGTBIQ+ occidentales instrumentalizadas por los señores de la guerra de un Occidente que realiza sus operaciones militares (en el Este) y sus redadas policiales (en los suburbios) en nombre de la democracia sexual?

       Para Israel, sin dudas, es una tentación en la que caen constantemente al tildar a la sociedad y el gobierno de Palestina de homófobos, implementando así el homonacionalismo como bandera ocupacionista y formando parte de su política general de ocupación militar y violaciones del derecho internacional y del pueblo palestino.

       ¿Hasta dónde, entonces, las comunidades LGTBIQ+ han sido permeadas por esta nueva corriente de pensamiento liberal y nacionalista? ¿Hasta dónde nos hemos dejado manipular, haciéndonos olvidar nuestras fundamentales aspiraciones de igualdad y reconocimiento a cambio de ser instrumentalizados para colonizar en nombre de un nacionalismo vacío y retrógrado? En el caso de Israel, es evidente, ya sea dentro de sus propias fronteras enarbolando una comunidad LGTBIQ+ con marcado acento colonialista, nacionalista y egoísta, y/o en Palestina contra cuya política de Estado sionista sigue oprimiendo un país y en el caso de una comunidad LGTBIQ+ palestina, por partida doble. Dentro del territorio palestino, la comunidad también sufre asedio, acoso y asesinatos por ser homosexuales, y esa diatriba real e inhumana es utilizada por el gobierno israelí como propaganda de valores sionistas.

       Sí, sin duda, la comunidad LGTBIQ+ internacional, como los propios israelíes, disfrutan, en Tel Aviv, de un oasis maravilloso de libertad sexual en el Oriente Medio. Eso es loable, es siempre agradable. Pero sucede a cambio de la manipulación y el adorno, sin que medien verdaderos intereses de respeto e igualdad. Aún peor es todo lo que esa comunidad LGTBIQ+ internacional que, viene en oleadas a disfrutar de la Ciudad Blanca, ignora sobre la doble y horrible situación de opresión a las comunidades LGTBIQ+ en Palestina.

     

     

     

     

     

    Yom Hernández

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