El rojo nos une como dos almas desesperadas. Tu sangre fluye con la mía de manera enfermiza. Nos amamos hasta los huesos e incluso molido te inhalaría.
Abrí mi piel, métete en mí y úsame de hogar. Rompé mis huesos, cociná mi carne y comete mis órganos si eso te mantiene viva. Mi cuerpo arde de tanto amar, mis manos tiemblan por tocarte. Quiero hacerte mía. Mi ansiedad nubla mi mente y las lágrimas salen. ¿Está bien ser así? Entregar todo. Amar de esta manera. Obsesiva, posesiva, repugnante.
El espejo ya no refleja a una sola persona. Somos más. Varias personas en una. Me observo sin reconocer cuál es el verdadero, quién gobierna sobre el otro y qué es realmente lo que quiero. Me autoinfrinjo la tortura porque en ella encuentro la calidad que siento no merecer al estar bien.
Mi vida reside en la tuya a tal punto que sin tu existencia, la mía queda convertida en nada. Como los huesos al quebrantarse y molerse, no quedaría ni restos de mí. El viento me llevaría a rastras por el abismo de tu ausencia. Mi cuerpo inexistente, mis sentimientos aún vivos. La ansiedad que provoca el perderte, sentir cómo mi cuerpo se inquieta, mis manos sudan, mi mente se vuelve un desastre y las voces no dejan de gritar. Mi cuerpo no resiste, mi amor se expande cada vez más y mi dependencia, al igual que un drogadicto, se desespera.
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