Quisiera buscarte como quién busca oro en los esteros
recorrer las ásperas quebradas de tus ciudades y encontrarte
en todos los reflejos de todos los vidrios de todas las vitrinas
en todas las ventanas de todos los trenes y en todos los espejos
de todos los baños y ascensores
en todos los retrovisores de todos los autos
Hallar en la profundidad de cada cuenca de ojos extraños
cada pequeña piedra, cada partícula de luz
que haya tocado alguna vez tu rostro, y tus hombros
y tus pechos y tus piernas y tus manos
y cada uno de tus miles de cabellos
y dejar pasar así la tarde entera
con los tobillos hundidos en esa arena
hasta que entrada la noche el cielo venga a reclamar lo suyo
y resignado despedirme
como un niño que ha encontrado una constelación viva
de luciérnagas bajo un encino austral, un tesoro olvidado
indescifrablemente hermoso, insoportablemente ajeno.
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