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El olvido en las Crónicas Marcianas de Ray Bradbury

mago

Dec 6, 2025

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El olvido en las Crónicas Marcianas de Ray Bradbury
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Ambición, colonización, ingratitud, olvido y los horrores que conlleva la guerra en Ray Bradbury

Introducción:

The Martian Chronicles, de Ray Bradbury, fue capaz de llenar de terror y soledad a Borges. Al preguntarse cómo es posible que unas historias de ciencia ficción pudieran cautivarlo de tal manera, Borges afirma: “Toda literatura (me atrevo a contestar) es simbólica; hay unas pocas experiencias fundamentales y es indiferente que un escritor, para transmitirlas, recurra a lo ‘fantástico’ o a lo ‘real’” (Borges, 1899/1986, p. 1). Esto nos lleva a reflexionar acerca de aquello de lo que realmente estaba hablando Bradbury: lo que se esconde detrás de la llegada de un grupo de humanos a Marte o la mentira en la que prefieren vivir los protagonistas de una de las crónicas a las que me referiré en este ensayo, “El marciano”.

Formulé mi hipótesis a partir de la siguiente pregunta: ¿es acaso Marte el lugar al que se huye de la miseria humana? Todo apunta a que sí, y es precisamente lo que confirmaré en la conclusión final. Para ello, indagaré en el contexto en el que Bradbury escribe The Martian Chronicles, en aquello en lo que decidió basarse para contarnos lo que está implícito a lo largo de toda la obra, en las razones de los personajes humanos para abandonar la Tierra y en si es realmente solo el planeta terrícola lo que se está dejando atrás.

Desarrollo:

Bradbury tuvo el infortunio de vivir dos de los peores momentos para los Estados Unidos y para el mundo. Tenía nueve años cuando comenzó la Gran Depresión, por lo que pasó toda su infancia y parte de su adolescencia dentro de este contexto. Aunque su familia no cayó en la pobreza extrema, sí tuvo dificultades económicas y se mudó varias veces en busca de estabilidad. Tampoco podía darse el lujo de estudiar en una universidad, por lo que su formación como escritor fue siempre autodidacta. Más tarde comenzó la Segunda Guerra Mundial, pero el escritor, debido a problemas de visión, pudo evitar el servicio militar. En agosto de 1945, la bomba atómica llamada Little Boy fue lanzada sobre Hiroshima por los Estados Unidos, dejando una cantidad de fallecidos que oscila entre 70.000 y 140.000. Un mes después, la guerra terminaría. Por otro lado, Alemania ya había conseguido años atrás que el cohete V2 llegara al espacio, por lo que la posibilidad de que el ser humano corriera la misma suerte era una conversación muy presente por aquel entonces.

Habiendo presenciado aquellos acontecimientos, a Bradbury le interesaría escribir más sobre las posibles consecuencias de esos fenómenos que sobre sus orígenes. Como diría Gerardo de la Cruz en Ray Bradbury: el hombre de Illinois: “Bradbury optó por caminar la senda que conduce a una realidad imaginaria y seductora, y construir, desde ese punto del camino, una realidad alterna que, a pesar de su atractivo, no deja de ser incómoda, como todas las verdades, como toda profecía que al final se cumple”. De esta misma manera, es entonces como el autor publicaría en 1950 The Martian Chronicles.

En la crónica “Aunque siga brillando la luna”, descubrimos cómo se establece una cuarta tripulación recién llegada a Marte. Los astronautas se topan con ruinas de una civilización ya extinta, presuntamente debido a la varicela, muy probablemente traída por algún miembro de una exploración anterior. Ya instalados en un campamento, los hombres empiezan a festejar de manera imprudente e irrespetuosa su llegada al planeta. Uno de ellos, Spender, el arqueólogo, observa a sus compañeros indignado. Parece ser el único en reconocer que tarde o temprano serán responsables de haber enterrado no solo a los marcianos sino también el pasado de toda su especie. Contempla que las montañas y los lagos del planeta rojo ya deben tener sus propios nombres, pero que serán ignorados y rebautizados con nombres de la Tierra. En una conversación con el capitán, el arqueólogo le expresa sus preocupaciones a su superior y le pregunta si es capaz de pensar en las consecuencias de su misión allí en Marte, para luego afirmar: “Por mucho que nos acerquemos a Marte, jamás lo alcanzaremos. Y nos pondremos furiosos, ¿y sabe usted qué haremos entonces? Lo destrozaremos, le arrancaremos la piel y lo transformaremos a nuestra imagen y semejanza” (Bradbury, 1950/2004, p. 57). Sabe que la humanidad va a arruinarlo todo de nuevo. Durante una exploración a un pueblo marciano, el arqueólogo se aparta del grupo para hacer investigaciones por su parte. Pasado un tiempo y habiendo descubierto aún más sobre la vida en el planeta, Spender aprende el idioma marciano, lee sus libros y aprende mas sobre la cultura de Marte, hasta el punto de empezar a identificarse como uno mas de ellos. Queda tan impresionado que se vuelve un fiel defensor del planeta rojo y al volver al campamento junto a sus compañeros al cabo de unos días, les da la oportunidad de redimirse y de unirse a él con el propósito de defender a Marte de la destrucción que caería sobre el planeta si la colonización no se detuviera. Sus compañeros se niegan, por lo que Spender decidió asesinarlos para que no se interpongan en su plan. Es así que comienza una matanza a capa y espada contra sus compañeros. Finalmente, el arqueólogo muere, no sin antes pedirle a su capitán que postergue lo más posible la inevitable destrucción del planeta a colonizar.

En las siguientes crónicas nos enteramos de varias cosas: entre ellas, que los marcianos están casi extintos y que ha iniciado formalmente un programa de colonización de Marte, puesto que la Tierra es prácticamente inhabitable por razones que desarrollaré más adelante. De este modo, poco a poco Marte comienza a ser poblado por los humanos y rápidamente se convierte en la nueva Tierra. Así llegamos a la crónica “El marciano”, donde desde el inicio se nos presenta una atmósfera cargada de tristeza. Durante la noche, una pareja de ancianos establecida en Marte mantiene una charla en la que se revela la razón por la cual dejaron atrás su vida en la Tierra. Luego de que el anciano le diga a su esposa que le hubiera gustado haber traído a su hijo con ellos, ella responde: “Hemos venido a disfrutar en paz nuestra vejez, no a pensar en Tom. Murió hace tanto tiempo… Tratemos de olvidarnos de Tom y de todas las cosas de la Tierra” (Bradbury, 1950/2004, p. 129).

Por la mañana, un muchacho idéntico al hijo difunto de la pareja aparece frente al anciano. El chico afirma ser su hijo, pero esquiva todas las preguntas del padre. El desconcertado anciano acepta la presencia de “Tom” luego de que el muchacho le reprochara que es el viejo quien desea la presencia del chico en el planeta rojo, que deje de dudar y lo acepte. Más tarde, durante el almuerzo y a escondidas de su esposa —encantada con la presencia del chico en Marte—, el anciano intenta animar a “Tom” para que le revele su verdadera naturaleza. Aunque disfruta ver a su hijo nuevamente, sabe que es imposible tal acontecimiento y está al tanto de la habilidad de los marcianos para adoptar la forma de otras personas. Con tono de complicidad, le dice que, en caso de ser un marciano, puede decírselo, que nada ocurriría. Pero “Tom”, nervioso y preocupado, le suplica que no dude de él y ruega que no haga preguntas. El padre finalmente decide complacer a su supuesto hijo.

Luego, la familia va a dar un paseo a la gran ciudad, pese a las insistencias del muchacho de no ir. Allí, “Tom” se pierde y, mientras el anciano lo busca, oye rumores de que personas fallecidas han sido vistas merodeando. Cuando el chico reaparece, comienza una persecución tras él, ya que varias personas lo reconocen como familiares propios. Al atraparlo, lo llaman por distintos nombres. El muchacho, estresado, comienza a gritar y su cuerpo empieza a cambiar de forma, adoptando la apariencia de diferentes personas una tras otra, hasta finalmente morir frente a todos los que lo reclamaban como alguien perteneciente a sus vidas. El marciano queda tendido en el suelo como una masa cuyo rostro eran todos los rostros.

-Conclusión: Marte, un paraíso para comenzar de cero.

En “El marciano” nos encontramos con un Marte ya considerablemente poblado y con una presencia marciana casi inexistente, pero no siempre fue así. Como vimos en “Aunque siga brillando la luna”, Marte en el pasado era un planeta lleno de vida y con sociedades desarrolladas, conocedoras de su propia naturaleza y capaces de mantener una armonía entre lo social y lo natural, donde ninguna dimensión se imponía sobre la otra. Personalmente, considero que esto funciona como un paralelismo con la forma de vivir de los pueblos originarios o comunidades indígenas, las cuales destacan por su profundo conocimiento del territorio. Ellas no adaptaban el ambiente a su gusto: se adaptaban a él. Esto contrasta con la tendencia eurocéntrica de imponerse frente a la naturaleza y de enarbolar la bandera de la superioridad del ser humano.

Vemos cómo la historia se repite y cómo la humanidad no es capaz de aprender de sus errores. Bradbury plantea una realidad en la que los humanos hicimos tan mal uso de los recursos que nos dio el planeta Tierra que terminamos por destruirlo, ahogándolo en devastación y muertes masivas. El autor contempló acontecimientos que confirmaban que seríamos nuestros propios verdugos; él tan solo proyectó esa tragedia unos cuantos años hacia el futuro. Bradbury escribe una humanidad que, en un gesto claro de ingratitud, en lugar de hacer de la Tierra un lugar más habitable, deposita todos sus esfuerzos en crear una nueva Tierra en Marte, lo que evidencia una naturaleza arrogante por parte de la sociedad. La misma arrogancia que observamos en los compañeros de Spender en “Aunque siga brillando la luna”: hombres que llegan, beben el vino de la victoria, arrojan botellas vacías a los lagos y pretenden rebautizarlos con nombres banales.

Las personas que abandonaron la Tierra no solo huyeron de la desdicha, de lo que odiaban o de aquello que deseaban enterrar, sino también del deber: el deber de morir en la tierra que todo les dio. Para quienes emigraron a Marte, la Tierra se había convertido en un sepulcro donde dejar todo aquello que resulta difícil de enfrentar. Un ejemplo de esto es la pareja de ancianos en “El marciano”, que afirma explícitamente haber ido a Marte para dejar completamente atrás su vida en la Tierra: un verdadero “borrón y cuenta nueva”.

Es esto mismo lo que conllevará más adelante la destrucción de Marte. Desgraciadamente, quienes ahora habitan el planeta, en su afán por olvidar la miseria humana en la Tierra, olvidaron también los errores de la humanidad. Y si hay algo que aprendí siendo argentina es que quienes no pueden recordar el pasado están condenados a repetirlo. Aun teniendo una segunda oportunidad para prosperar y no reproducir los mismos patrones que en la Tierra, la humanidad escogió olvidar.

Retomando lo dicho por Borges, The Martian Chronicles, a pesar de correrse del género de la no ficción, es un libro que —por lo que he conversado con mis compañeras de cursada— nos toca fibras sensibles porque, como observa Gerardo de la Cruz, nos pone frente a un espejo. La sociedad marciana no es sino la misma que la de nuestros antepasados, y la sociedad colonizadora no es más que nuestro presente. Si hoy nos masacramos entre nosotros por un territorio, no cabe duda de que haríamos lo mismo por conquistar otro planeta.

The Martian Chronicles nos obliga a preguntarnos: ¿hasta qué punto es capaz de llegar el ser humano por su ambición? ¿Cuánto tiempo nos queda antes de destruir nuestro propio planeta? ¿Seremos capaces de tomar medidas apropiadas a tiempo? Y, si pudiéramos comenzar de cero, ¿cometeríamos los mismos errores? ¿Por qué será que es más fácil olvidar que resignificar?

Bibliografía:

Bradbury, R. (s.f.). Crónicas marcianas. Edición utilizada en clase. Crónicas marcianas. Buenos Aires: Minotauro.. Crónicas marcianas (ed. original 1950). Minotauro.

Borges, J. L. (1955). Prólogo a Crónicas marcianas. En R. Bradbury, Crónicas marcianas (pp. 1–2). Buenos Aires: Minotauro. Prólogo a Crónicas marcianas. En Bradbury, R., Crónicas marcianas. Minotauro.

De la Cruz, L. (2020). Ray Bradbury: el hombre de Illinois. Revista Rojas, 14. Ray Bradbury: el hombre de Illinois.

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