El nudo que canta, el vacío que llama
Jun 20, 2025

La soga, sí. Aquí. Fría. Roza mi cuello.
No es seda, no es un amante que me abraza,
sino el verdugo mudo, el que espera.
Mis dedos, torpes, tocan la hebra áspera.
Un último pulso en las yemas,
¿recuerdo de un tacto, una piel, un cuerpo que amé?
No, ya no. Solo el miedo, un pájaro negro
agitando sus alas dentro de mi garganta,
buscando una salida que no existe.
El banquito. Es bajo. Ridículo.
Un escalón hacia el abismo,
una invitación a la nada.
Mis pies, descalzos, sienten la madera astillada,
la última conexión con lo terrenal.
El aire se ha vuelto denso, ¿o es mi aliento
que se niega a cruzar el umbral?
Los latidos, un tambor enloquecido,
golpean contra mis costillas,
gritan: "¡Vive! ¡Vive!"
Pero la voz de ella, la que calló,
es más fuerte que cualquier súplica.
Es el silencio de su ausencia,
la razón que me empuja.
El silencio. Antes de. El silencio.
No hay pájaros, no hay viento,
solo el zumbido de la sangre en mis oídos.
Un último pensamiento, un destello:
el color de sus ojos, la curva de su boca.
Un veneno dulce que se inyecta en mi mente.
Cierro los ojos, no quiero ver
la última luz, la última burla del sol.
Prefiero la oscuridad que ya habita en mí.
Y el empuje. O el resbalón.
El mundo se inclina, se vuelve una mancha.
El aire se arranca de mis pulmones
en un gemido que no llega a la boca.
Un latigazo. El cuello se estira, cruje.
Una estrella explota detrás de mis párpados,
no es la vida, es el estallido del fin.
Mis manos, inútiles, buscan algo, nada,
arañan el aire que ya no respiro.
Las piernas patalean,
movimientos de títere, sin voluntad.
La sangre, hirviendo, sube a mi cabeza,
golpea, un martillo.
Una presión ardiente en la base del cráneo,
como si el alma intentara escapar
por la coronilla, por los ojos.
Un nudo que aprieta, quema, consume.
El zumbido se vuelve un trueno, luego un silbido.
Los colores se desdibujan, se funden en negro.
El dolor... el dolor es una bestia
que me desgarra desde adentro.
No es el cuerpo, es el espíritu
que se resiste a abandonar su prisión.
Un último espasmo, un tirón final.
La conciencia, una vela parpadeante,
se encoge, se consume, se apaga.
Un punto. Luego nada.
Solo el balanceo. El frío. El absoluto.
El silencio. Y la paz.
Por fin, el amor, sí, el amor en su ausencia,
me ha llevado a su lado.
Y no hay más soga, no hay más banquito.
Solo yo. Y la nada.

Giovanni Battista Manassero
Escribo para encontrar lo extraordinario en lo cotidiano, entre el absurdo, la nostalgia y el mate bien amargo.
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