¿Por qué empecé a pensar tanto en esto? Quizá siempre ha estado ahí, en el fondo, como un murmullo bajo el ruido de todo lo demás y yo con mi mente en las nubes nunca le doy la suficiente importancia, pero ¿por qué ahora sí? ¡Ay! me acuerdo cuando de niña apagaba la luz y sentía la casa respirando en la oscuridad. No un sonido real, solo la sensación de que había algo más, algo quieto y esperando.
Ahora no sé, que sensación tan distinta. No es la muerte lo que me asusta, sino el camino hasta ella. Lo inevitable. Lo que no controlo. Lo que no elijo. Como si hubiera una cuerda invisible atada a mi espalda y alguien la estuviera enrollando, poco a poco, con paciencia, sin apuro. ¡No, no puedo seguir pensando en eso!
Pero no es miedo siempre. A veces es… otra cosa. A veces es una idea blanda, un pensamiento que se desliza sin hacer ruido y se queda flotando. ¿Qué pasaría si simplemente me dejo ir? No de un salto, no de golpe, sino como un sueño del que no hay que despertar. ¿Despertar, qué es despertar?
Y luego el cuerpo se sacude. No, todavía no. Pero un día sí. Un día va a ser el último. ¿Será que voy a saber antes de que pase? Si habrá un momento exacto en el que todo se sienta distinto, en el que mi propia existencia me parezca ajena, como cuando alguien pronuncia mi nombre y por un segundo no lo reconozco. Mi nombre es mi identidad, que estupidez no reconocerlo.
Hoy quiero que llegue. ¿será que mañana que no esté tan pensativa voy a querer alargar todo? No sé qué pesa más. No sé qué quiero en realidad. No sé si hay algo que saber. ¡Nah, Ya no quiero saber!
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