...
De mis tropiezos con diatribas divergentes.
Expresaba yo, por algún rincón de estos cibernéticos lugares, mi idea de un mundo sin dinero en metálico, con la dudosa ilusión de que acabaríamos con buena parte de la delincuencia que se alimenta de billetes contantes y sonantes.
Todo el dinero —ya saben, ceros y unos— en un banco mundial único, disponible para toda necesidad vital.
'A escote nadie paga caro'.
Imaginen que hace falta reconstruir una ciudad arrasada por un terremoto. De mi cuenta, con apenas unos pocos euros, se retiraría el porcentaje correspondiente; de la de Soros, algo más nutrida, otro tanto. Pongamos: un céntimo por cada euro existente, destinado a la solidaridad de recomponer lo maltrecho.
Así con todo. Y con la ventaja de que cada céntimo sigue en el sistema, pues los salarios de los obreros y el coste de los materiales se pagan dentro del mismo entorno.
Los ceros y los unos circulan por sus autopistas sin posibilidad de escapatoria.
En fin, entiendo que es complicado: por asuntos de plusvalías, por las trampas inherentes al sistema informático, y por cuestiones que se me escapan.
Pero, he aquí el gran misterio de este asunto, cuando apunto hacia esa ausencia de monedas en el bolsillo, lo que realmente parece inquietar al personal que denosta mi propuesta, es la pérdida de privacidad.
Para en no se conscientes de que ya llevamos encima un chivato que delata nuestra localización, nuestros gustos, nuestras relaciones.
Llevamos en los bolsillos un arma cargada de información que recibimos y entregamos.
Y, conscientes de esto ¿nos preocupa no poder comprar condones o flores sin efectivo?
¡Ay, Señor!
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