No hay consuelo para el lamento que supone no necesitar más consuelo a tu marchar,
el consuelo al lamento que creía eterno pero que se marchó en una ventisca voraz.
Y me remito a la escritura.
Aquel que escribe deja de torturarse para sí
y comienza a torturarse para aquellos.
Quizás todas las almas recaen en el mismo lugar,
en ese lugar donde te vi,
nos vimos,
y donde prometí visitar.
Teniendo un gramófono ubicado en un lugar apartado,
reproduciendo voces que culminan en ecos,
buscándonos a través de espejos rotos,
y en cada esquina, el tiempo se pliega sobre sí mismo, revelando fragmentos de eternidad.
A tu corazón le digo que he cambiado,
que ya no formo más parte de aquel que fui.
Y espero que, en algún momento,
podamos colocar nuestros pecados en el mismo pedestal,
proponiendo el mismo concepto de amar.
Sentir tus manos recubrir mi mirar,
y poder ver el cielo a través de tu piel,
en el lugar donde convergen las almas,
nuestras almas.
La memoria alcanzó para volver a ver tu rostro en alegría y pena,
mas no para sentir el aroma matutino de tu cabello,
el roce del deseo tras horas de simplemente ser,
y volviendo a tus brazos por fin por la noche.
La memoria me alcanzó para pausar el amor,
más bello que ayer,
donde las estrellas susurran secretos en lenguas olvidadas.
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