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    El llanto y mi corazón

    Abr 8, 2025

    97
    El llanto y mi corazón
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    Había olvidado la sensación de llorar por otra razón que no fuera la rabia o la tristeza. Grabado en mi corazón estaba la horrible sensación de llorar, de derramar lagrima viva; primero muerdo con fuerza, aprieto los dientes hasta hacerme sangrar las encías para mantener la comisura de mis labios en su lugar, la cara me arde, mis mejillas pareciera que están al rojo vivo y en el afán de contenerme aprieto los puños, tenso mi cuerpo de pies a cabeza para mantener a las lagrimas en su lugar, no tienen permitido salir, no quiero sentirme mal, hoy no quiero sufrir. Pero en ese sistema cerrado de carne, hueso y rencor hay una falla, el punto débil de mi armadura siempre son mis ojos. Se tornan rojos, se hinchan, las lagrimas comienzan a salir aun cuando les he dicho que no, aun cuando les he rogado que se queden en su lugar; Salen a montones apretándose unas con otras, como si fuera una gran avalancha de organismos vivos, apretando, empujando, buscando salir desesperadamente.

    Y se escapa el primer sollozo. Limpio las lagrimas fugitivas y suspiro para mantener la compostura. Es inútil, ya no soy dueño de mi cuerpo; La comisura de mis labios cae dibujando una expresión triste e infantil, mis puños se aflojan ya que ahora trabajan desesperadamente en limpiar mis lágrimas, los sollozos vienen uno tras otro, ese aire que se me escapa entre bocanada y llanto pareciera soplar un brasero, mi pecho se enciende. Mi mente, mi razón, presa del sentimiento se abalanza violentamente a mis recuerdos mas sensibles, a las razones de mi llanto. Ya no busca controlarlas, las expande, sabe que es hora, que es momento de tirar por la borda todas y cada una de las lagrimas que le debo a mi corazón. Y entonces caigo, mis piernas se vuelven de plastilina, de forma vergonzosa busco la soledad.

    -Con permiso, voy al baño.

    Llego apenas cuerdo, cierro la puerta, caigo de rodillas y apretando mi frente contra el suelo por fin me siento libre. Al fin puedo llorar.

    Pero no me siento mal, no me siento miserable.

    -Gracias Papá.

    Y se me escapan mis lamentos, mi pecho se vuelve tibio, mi cuerpo se relaja, mi cabeza se vuelve fría. No estoy sufriendo, me estoy aliviando, mi cuerpo me apapacha; He sido curado.

    Aquella tarde una llamada me tomo por sorpresa, en plena jornada laboral me oculte en una esquina entre estante y estante para evitar la mirada de mis jefes y la vista de los curiosos.

    -Bueno, ¿Quién habla?
    -Hola Manuel, ¿Cómo has estado?
    - ¿Papá?

    Y mis ojos se inyectan mientras mis mejillas encandecen al rojo vivo.
    - ¿Cómo has estado chaparrón? Hace tiempo que no hablamos.


    Escucho pasos, ¿Quién viene? No lo sé, pero no puede verme así.
    - Bien papá gracias, solo que no es buen momento, estoy trabajando.

    Y mis puños se tensan, mis encías sangran.
    - Que bueno que estes bien hijo, te marco al rato entonces.
    - Si papá, te regreso la llamada.
    - Te quiero hijo.

    Los labios me traicionan, el sistema cae, las lagrimas se apoderan de mis ojos.
    -También te quiero papá.

    Y mi corazón llora.

    Emmanuel Simon

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