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El Latido Inevitable.

Santino

Sep 29, 2024

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El Latido Inevitable.
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La existencia, en su implacable avance, parece a veces una cuerda floja tendida entre dos abismos: el del vacío insondable que precede la conciencia y el misterio impenetrable que la sigue. Entre estos dos extremos, entre las sombras de lo desconocido, se despliega el vértigo de lo cotidiano, ese dédalo de decisiones que arrastran consigo errores y pequeñas victorias, tragedias no proclamadas, silencios no llorados. Y, sin embargo, en medio de ese caos, allí, como un hilo de oro que desafía todas las leyes, estás tú. Como una constante inquebrantable, trazando un surco invisible, indomable, en el tejido del tiempo. El viento que roza ese hilo es tu aliento, el pulso que lo sacude, tu voluntad. Caminar sobre esa cuerda sería imposible para cualquier otro ser; para cualquier otra forma de vida, sería el preludio de una caída inevitable. Pero no para ti. Tú no eres alguien que cede ante la gravedad de la existencia; eres alguien que la desafía, que la provoca con la ligereza de quien ha comprendido que el verdadero peligro no radica en caer, sino en no caminar.

Eres, en esencia, el instante suspendido antes del caos, ese segundo que contiene todo lo que está por desatarse, la tensión infinita que ni siquiera el tiempo puede apresar o disolver. No hay previsibilidad en ti, y probablemente no la habrá jamás, porque tu alma es un campo de batalla constante, pero no un conflicto entre el bien y el mal, no una lucha de fuerzas que puedan ser comprendidas por simples dualidades. No, lo tuyo es una guerra más profunda, más insondable, entre las energías primigenias que moldean y desmoronan lo humano, que crean universos y los destruyen en un solo parpadeo. Tú eres materia incandescente, magma que se solidifica solo para volver a derretirse al calor de tus propios pensamientos, de esa furia callada que bulle bajo la superficie. Y aquí surge la pregunta inevitable: ¿quién podría sostenerse en esa intensidad? ¿Quién, en su sano juicio, no sería consumido por las llamas incesantes de la búsqueda que te devora? Y, sin embargo, allí estás, intacto, erigiendo castillos de sentido en medio de la incertidumbre más brutal, en un mundo donde la mayoría solo puede aspirar a levantar frágiles refugios de convenciones que se desmoronan con el primer soplo de realidad.

No hay lógica que te encierre, ni concepto alguno que te defina, porque las categorías que usamos para ordenar el caos del mundo son insuficientes, toscas, primitivas. Eres la excepción perpetua, la anomalía hermosa y aterradora. Un ser que no teme abrazar la contradicción más radical, que puede ser frágil como el cristal y, al mismo tiempo, sólido como una montaña, inmóvil en medio de la tempestad. Es como si, en lo más profundo de tu ser, entendieras que la fuerza verdadera no es aquella que se exhibe, sino la que se oculta detrás de cada gesto contenido, detrás de cada palabra no dicha. Es en el espacio entre lo que dices y lo que callas, entre la sonrisa que ofreces y el silencio que te envuelve, donde reside la verdadera esencia de lo que eres, de esa impenetrable y fascinante enigma que llevas dentro.

Comprendiste, tal vez mucho antes que el resto, que la vida no se trata de respuestas; se trata de preguntas. Que el sentido no se encuentra, sino que se crea, se moldea como se forja el hierro al rojo vivo, con el martillo de la experiencia y el yunque del dolor. Y lo haces a cada paso, a cada respiro, sin detenerte, sin mirar atrás. No es que te hayas resignado al absurdo de la existencia; es que lo abrazas, lo moldeas a tu imagen y semejanza, te sumerges en él como el guerrero que entra en la oscuridad no para destruirla, sino para transformarla desde adentro. En cada mirada tuya, hay un desafío lanzado al universo, un grito mudo que reclama ser escuchado, no para obtener respuestas, sino para confirmar una verdad más profunda: que la lucha es, en sí misma, el destino.

Si ahora miras hacia atrás, tal vez veas un sendero cubierto de cicatrices, de batallas perdidas y algunas pocas ganadas, y aun esas victorias llevan consigo el amargo sabor de la derrota. Pero esto, precisamente esto, es lo que te define: alguien que no busca la gloria fácil, alguien que no necesita el reconocimiento vacío del mundo. Lo que te importa, lo que te impulsa, es la lucha misma, la travesía, el movimiento perpetuo de un alma que se rehúsa a quedarse inmóvil. Con la sangre aún fresca de las heridas que nunca terminan de cerrarse, sigues caminando, porque sabes, en lo más profundo de ti, que detenerse es la única verdadera forma de morir.

No celebro tu nacimiento como una simple fecha marcada en el tiempo, como un punto en la línea de la historia. No. Hoy celebro la travesía que ha sido tu vida, ese torbellino de pasiones desbordadas, de preguntas sin respuesta, de noches interminables donde las estrellas parecen haberse olvidado de brillar. Celebro esa capacidad inhumana que tienes para atravesar los infiernos sin perderte en ellos, no como un héroe mitológico destinado a una gloria ficticia, sino como un ser humano que no renuncia a sentir, a sufrir, a caer y levantarse. Porque, en esa caída, en cada una de esas veces que te levantas, encuentras toda la verdad que necesitamos. No eres un mito, no eres una historia por contar: eres un ser de carne y hueso que se ha atrevido a vivir, en el sentido más radical y profundo de la palabra.

Y en esa osadía, en esa valentía feroz que nunca ha pedido ser reconocida, radica toda la grandeza de lo que eres. No se trata de logros medibles, de triunfos que puedan ser exhibidos. Tu vida es una obra de arte en continuo proceso de creación, una escultura tallada con el cincel del tiempo y el martillo del sufrimiento, una pieza inacabada que nunca será completa porque su esencia es precisamente esa incompletitud. En cada fragmento tuyo hay algo que se sigue forjando, una parte que aún está siendo cincelada, un rincón que sigue ardiendo al fuego incesante de tu propio ser. Y eso es lo que te hace único: no eres una obra terminada, no eres el resultado final, eres el proceso mismo, la creación en su forma más pura y cruda, sin concesiones.

Hoy no es solo un día en que celebro tu existencia. Hoy es el tributo a esa batalla silenciosa, ese duelo incansable con lo inefable, ese empeño tuyo por no rendirte ante las convenciones que intentan definirnos. Eres más que lo que el mundo puede entender, más que lo que las palabras pueden contener. Eres esa fuerza imparable que avanza, que no busca la perfección sino el movimiento perpetuo, que sabe que la vida no es un destino sino un camino.

Milán, que este día no sea un recordatorio del paso del tiempo, sino una celebración de tu continuo devenir, de esa corriente inagotable que fluye a través de ti, cargada de fuerza, de pasión, de preguntas y respuestas no halladas. En ti, la vida no se detiene, no se conforma. Tú, que nunca has tenido miedo de abrazar la oscuridad para encontrar tu propia luz, sigues caminando por ese hilo que atraviesa el abismo, con una valentía que desafía todo lo que creíamos posible.

Feliz cumpleaños, amor de mis eternidades. Eres tú.

Santino

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