Espero con ansias que llegue el día en que nos encontremos algunos metros bajo tierra. Y así, a vos la muerte, como a mí la vida, te tape bajo el manto de la oscuridad.
Ay, José, vos siempre quejándote. ¿Que no sos libre? ¿Que te sentís preso en esta cárcel a la que llamás patria? Yo te voy a decir lo que es ser un esclavo de verdad. Yo, que fui pisoteado y pasé inadvertido toda mi vida a tu lado, dando siempre tus pasos, que no son míos, sino de otro.
Siempre con la cabeza por el suelo, como nuestro orgullo. Pero no estoy solo, somos miles, millones tal vez. Y nuestra revolución será silenciosa, bajo la luz del sol radiante. Clavaremos sus puñales en nuestros vientres, y así, caerán sobre nosotros, desangrándose. Mientras tanto sólo queda saborear la amargura de la rabia.
¡Te asombraría la tristeza de mi caballo, que, por ser diferente, sostuvo el galope toda su vida a merced del tuyo! ¡Solo por ser oscuro y no blanco, José! No te olvides que un oscuro salvó tu vida en San Lorenzo. Oscuro yo, oscuro mi caballo y la cordillera que cruzamos juntos. Es hasta sombrío mi nombre, mi forma.
Como vos, no sé quién soy; probablemente, si miras el suelo o a un costado, me veas. Mientras tanto, por favor, no apagues la luz. De ser así, pobre de mí, dejaría de existir. Y pobre de vos, San Martín, que por ahí tu destino, como el mío, sea ser la sombra de tu enemigo.
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