Poner las manos en la tierra,
como cuando era chica.
Y la simpleza de conectar
con el agua, con el aire
y el calor del sol.
Recuerdo mis manos sintiendo
la humedad de ese suelo,
arrancar el pasto,
sentir el aroma mojado.
Correr al sol con mis primos,
el llamado de la abuela,
nuestras rodillas con cicatrices
que iban a abrirse de nuevo,
porque eran una huella del juego
y la imaginación eterna.
“Vení, vamos al tobogán,
que desde allá arriba todo es posible.
Somos los reyes de un baldío
con un par de juegos de fierro,
de esos bien coloridos.
Y un fuerte mágico,
rodeado de árboles y risas.”
El paso del tiempo y mi cuerpo
fueron testigos de esos raspones y llamados,
de volver a casa
después de la larga tarde
en un mundo ideal.
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