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El Jardin Interior en las Estaciones del Alma

Ibdā'

Mar 30, 2025

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La vida emocional es como un jardín sometido a las estaciones. Hay días de primavera radiante, en los que el sol acaricia cada flor y el aire huele a tierra fértil. Otros días son inviernos grises, donde la escarcha parece petrificar hasta el último brote de esperanza. Y sin embargo, el jardinero sigue ahí, con sus manos en la tierra, aprendiendo que la caída no es el fracaso, sino parte del ciclo.

1. Los días tristes: la poda necesaria.

El dolor es como el invierno que corta ramas secas. Duele, pero en ese despojo hay sabiduría: lo que se va dejaba de ser vital. La tristeza, aunque pesada como nieve, prepara el terreno para raíces más profundas. Como decía Rumi: "La herida es el lugar por donde entra la luz". ¿Acaso no es en la oscuridad donde aprendemos a valorar la tenue claridad de una sola vela?

2. Los días buenos: el florecer efímero.

Cuando el alma respira aliviada, somos como girasoles que siguen al sol sin preguntas. Pero hasta las flores más bellas saben que su tiempo es limitado. No aferrarse a la alegría es clave; es un regalo, no una posesión. Como el río de Heráclito, nunca nos bañamos dos veces en las mismas aguas de la felicidad. Disfrutarla sin exigirle eternidad es la sabiduría.

3. Las recaídas: las mareas del alma.

El mar no juzga sus olas por retroceder, sabe que es parte de su avance. Así somos: a veces el horizonte se nubla y volvemos a sentirnos pequeños. Pero cada caída enseña algo nuevo. Como el mito de Sísifo, empujamos nuestra roca cuesta arriba una y otra vez, no porque sea inútil, sino porque en el esfuerzo mismo está la dignidad. Camus decía: "Hay que imaginarse a Sísifo feliz". En la insistencia, hallamos propósito.

4. La insistencia diaria: sembrar en el desierto.

Hay días en los que regar las plantas parece un ritual absurdo, especialmente cuando no se ven frutos. Pero la paciencia es el arte de confiar en lo invisible. Como el bambú japonés, que tarda años en brotar pero luego crece 30 metros en semanas, nuestro interior trabaja en silencio. Cada pequeño acto de amor propio —un respiro, un té caliente, un verso copiado al amanecer— es una semilla enterrada en el desierto.

¿Final?

El eterno ciclo de renacer

No somos dueños del clima de nuestra alma, pero sí jardineros de sus estaciones. Aceptar que habrá inviernos no niega las primaveras; solo las hace más verdaderas. Como el fénix que se reconstruye desde sus cenizas, o la luna que vuelve a llenarse después de oscurecer, nuestra esencia es resiliencia disfrazada de fragilidad.

Al final, no se trata de "estar bien", sino de estar presentes en cada fase, con la certeza de que, mientras sigamos cavando en nuestra tierra interior, siempre habrá algo nuevo por crecer.

Ibdā'

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